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Sin tregua

"El que termina ha sido un año de lucha contra las diferentes formas de delincuencia que asedian al Valle. Ciudades como Tuluá, Buenaventura y Cali han padecido el yugo de las extorsiones, los chantajes o el microtráfico, frente a los cuales solo está la opción de combatirlos sin tregua para devolver la tranquilidad a su gente".

17 de diciembre de 2014 Por:

"El que termina ha sido un año de lucha contra las diferentes formas de delincuencia que asedian al Valle. Ciudades como Tuluá, Buenaventura y Cali han padecido el yugo de las extorsiones, los chantajes o el microtráfico, frente a los cuales solo está la opción de combatirlos sin tregua para devolver la tranquilidad a su gente".

El que termina ha sido un año de lucha contra las diferentes formas de delincuencia que asedian al Valle. Ciudades como Tuluá, Buenaventura y Cali han padecido el yugo de las extorsiones, los chantajes o el microtráfico, frente a los cuales solo está la opción de combatirlos sin tregua para devolver la tranquilidad a su gente.La violencia que se ha asentado en la región es en parte consecuencia del desmantelamiento que han sufrido las grandes estructuras criminales por efecto de las acciones de las autoridades. Los golpes a esas organizaciones han llevado a su atomización así como a la creación de pequeños núcleos delincuenciales que se disputan el control de economías ilegales como la del narcotráfico. Pese a su reducción, son grupos que mantienen la capacidad de causar daño y generar miedo entre la población.Tuluá y Buenaventura, por ejemplo, han sido víctimas de esas organizaciones supervivientes que se han dedicado a extorsionar por cualquier precio a los miembros de la sociedad. El chantaje se dirige sin distingo al comerciante de la plaza de mercado, al profesional, al dueño de la tienda del barrio o al deportista, como le sucedió hace pocos días a Faustino Asprilla. Incluso personas sin recursos económicos son asediadas y obligadas a participar en las actividades criminales, aumentando así la espiral de violencia que agita a las ciudades.Son hechos que destruyen a la sociedad, afectan su capacidad de ser comunidades civilizadas y generan un manto de duda sobre la facultad del Estado para hacerles frente. Si bien hay resultados positivos en esa lucha contra la delincuencia organizada, como se ha logrado en Cali y Palmira con la reducción de muertes violentas en este año o en Buenaventura con la intervención decidida de las autoridades, aún persiste la incertidumbre como en el caso de Tuluá, donde la multiplicidad de bandas criminales dificulta la labor de los organismos de seguridad y el alcance de logros positivos a corto plazo.Persisitir en las acciones para combatir a esos generadores de violencia es el único camino, para lo que se necesita el compromiso de los gobiernos locales y del Departamento si se quiere ganar una lucha desigual. Si la labor de la Fuerza Pública es perseguir y desmantelar a los núcleos criminales, la de los municipios y la Gobernación es generar los recursos para invertir en educación, cultura, empleo y en general en oportunidades para la gente. Fortalecer la convivencia, el aprecio por el otro, el respeto por la vida, antes que el culto a la violencia o al enriquecimiento fácil e inmediato es el principio para tener ciudades más pacíficas.Hay que marcar la diferencia entre una sociedad que se funda en los valores y aquellas estructuras criminales que el Valle lleva arrastrando por décadas, las cuales han permeado incluso a alcaldes y en algunos casos a gobernadores, convirtiéndolos en cómplices de la delincuencia.Es una lucha de largo aliento la de combatir a los criminales y delincuentes de toda clase que pululan en el Valle. Pero puede ganarse si se unen los esfuerzos de todos y si la autoridad, además de cumplir con su deber, se gana la confianza de la gente.

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