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Regresa el pasado

Por eso causa alarma que un neonazi declarado se haya convertido en integrante del escenario democrático por excelencia de Europa. Y que las tendencias más radicales de Francia comandadas por Marine, la hija de Jean Marie Le Pen, haya triunfado en las elecciones de su país, quedándose con el 25% de la votación y dándole una paliza a los socialistas del presidente Francois Hollande, además de revivir el fantasma del antisemitismo.

29 de mayo de 2014 Por:

Por eso causa alarma que un neonazi declarado se haya convertido en integrante del escenario democrático por excelencia de Europa. Y que las tendencias más radicales de Francia comandadas por Marine, la hija de Jean Marie Le Pen, haya triunfado en las elecciones de su país, quedándose con el 25% de la votación y dándole una paliza a los socialistas del presidente Francois Hollande, además de revivir el fantasma del antisemitismo.

Luego de las elecciones para integrar el Parlamento Europeo, los temores sobre lo que ocurre con la política del viejo continente se acrecientan. Y mientras el descontento hace estragos en las huestes de los partidos de la izquierda, los restos del pasado nacionalista, racista, aislacionista y segregacionista, vuelven a hacer su aparición, como en las épocas que originaron las guerras mundiales del siglo XX. Por ahora, el que la extrema derecha haya alcanzado el 25% del Parlamento no quiere decir que renació el nazismo con todas sus funestas consecuencias. Pero parece innegable que los europeos, en especial los franceses, los españoles y el Reino Unido, demostraron su inconformidad con la situación que atraviesan sus países. En especial, con la hegemonía que está ejerciendo su vecino rico, Alemania, y con lo que parece el inexorable fin del estado de bienestar que durante décadas los acostumbró a gastar más de lo que tenían, haciéndoles perder el ritmo de un mundo cambiante donde la irrupción de China demostró su incapacidad para competir. Por eso causa alarma que un neonazi declarado se haya convertido en integrante del escenario democrático por excelencia de Europa. Y que las tendencias más radicales de Francia comandadas por Marine, la hija de Jean Marie Le Pen, haya triunfado en las elecciones de su país, quedándose con el 25% de la votación y dándole una paliza a los socialistas del presidente Francois Hollande, además de revivir el fantasma del antisemitismo. O que en Grecia se haya producido un crecimiento notorio de la ultraderecha fascista que reclama el regreso a la autonomía y la intolerancia a cualquier forma de integración racial.El revolcón ha despertado muchas inquietudes, que crecen con los acercamientos entre esos partidos que regresan del ostracismo. Pero a nadie se le puede olvidar que su repunte es producido por la gente que votó por ellos. ¿Quiénes? Los que en Grecia, España, Italia y la propia Francia perdieron los subsidios y las prebendas que regalaba el estado de bienestar. Los que perdieron sus empleos, sus hogares y su tranquilidad a causa de las medidas draconianas que les impusieron Alemania, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Y los que vieron con indiferencia la pérdida de competitividad de Europa en un mundo donde Asia es el rey de las manufacturas, Estados Unidos el de las finanzas y los mercados, y parte de América Latina emerge por su estabilidad y sus materias primas. En ese escenario, Europa es un extraño. Y lo que fuera el modelo a seguir, su unión económica y política, quedó rezagado por sus contradicciones y la incapacidad de adecuarse a las nuevas realidades. Así, la ultraderecha, que surgió a principios del siglo XX y produjo las peores guerras de la historia moderna y las más horripilantes masacres en nombre del racismo demencial, empieza a convertirse en opción válida para los europeos angustiados. Ellos reclaman decisiones que les permitan recuperar el progreso perdido en la complacencia con la prosperidad al debe. Para recordarlo, allí está el flamante eurodiputado nazi, Udo Voigt.

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