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Perdón por la corrupción

Es entonces cuando, ya no solo en términos de moral religiosa, hay que volver la mirada a los valores que sobre los que se debe construir toda sociedad de manera que cada ciudadano tenga claro que sus intereses no pueden estar por encima de los intereses colectivos.

13 de abril de 2017 Por: Editorial .

En estos días de reflexión que propone la Iglesia con motivo de la conmemoración de la Semana Santa, conviene hacer una revisión de esa declaración de principios que son Los Diez Mandamientos.

El enfoque no será solo desde un punto de vista religioso. Ante la crisis de la sociedad, es oportuno recordar esas máximas que invitan a actuar al ser humano de tal manera que su comportamiento sea provechoso para su propio crecimiento espiritual y sirva a la vez para el bienestar de la sociedad en su conjunto.

Se trata de recobrar la dimensión ética que implica el ‘No matarás’, el ‘No robarás’, el ‘No dirás falso testimonio ni mentirás’, el ‘No codiciarás los bienes ajenos’ que se han ido desdibujando al punto de tornar casi inexistente la frontera entre lo que está bien y lo que es malo para todos. De preguntarse qué pasó para que un principio tan fundamental como el respeto por lo que pertenece a los demás, a todos, haya sido casi anulado de las sociedades en general y de la colombiana en particular.

No de otra manera se explica que un fenómeno tan aparentemente despreciado por todos como es la corrupción, se haya apoderado de muchos rincones de las esferas pública y privada, incluyendo la económica, la política y hasta la religiosa. Es por eso que el papa Francisco, que ha reconocido que al Vaticano también han llegado los tentáculos del flagelo, ha dicho que “la corrupción es un mal más grande que el pecado” y que, más que ser perdonado, debe ser curado”.

La sentencia la dio solo un año después de iniciado su pontificado, cuando también dibujó la real dimensión que el terrible fenómeno ha alcanzado en las sociedades modernas: “Se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras, en las contrataciones públicas, en cada negociación que implica a agentes del Estado. Es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable”.

Es entonces cuando, ya no solo en términos de moral religiosa, hay que volver la mirada a los valores que sobre los que se debe construir toda sociedad de manera que cada ciudadano tenga claro que sus intereses no pueden estar por encima de los intereses colectivos. Pero eso únicamente se logrará si, de la mano de la educación, términos como honestidad, justicia, igualdad, respeto a la dignidad humana y sana iniciativa de trabajo dejan de ser retórica y se configuran como faros que guían un modo de ser individual y social.

Es cierto que la corrupción ha invadido buena parte de la clase política y empresarial de muchos países, incluido Colombia, pero los individuos permeados por los antivalores que permitieron llegar a eso no serán eternos. Lo que debe ser eterno es el propósito de los padres de familia y de los educadores por forjar nuevas generaciones de ciudadanos para que los principios incluidos en el decálogo de los cristianos estén muy por encima de la injusticia, la indecencia, el egoísmo y la irresponsabilidad que han terminado por degradar al ser humano e impedir el desarrollo económico y social de la Nación.

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