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¡No más violencia!

" En ocasiones como esta, cuando las autoridades dicen que las armas son necesarias para que los civiles puedan defenderse de la inseguridad, están dando a entender que no son capaces de garantizar la tranquilidad y la convivencia. Más aún cuando los responsables de tan importante decisión insisten en desconocer los resultados positivos que el desarme ha arrojado en otras partes".

13 de noviembre de 2013 Por:

" En ocasiones como esta, cuando las autoridades dicen que las armas son necesarias para que los civiles puedan defenderse de la inseguridad, están dando a entender que no son capaces de garantizar la tranquilidad y la convivencia. Más aún cuando los responsables de tan importante decisión insisten en desconocer los resultados positivos que el desarme ha arrojado en otras partes".

El asesinato de ocho personas en un sitio público de Cali revivió el debate sobre la necesidad de tomar medidas de fondo para erradicar lo que se ha convertido en la más grande endemia que padece la capital vallecaucana. Y obliga a reclamar acciones enérgicas y permanentes para detener una sangría que ya completa muchos años desconociendo el valor de la vida y las normas más elementales para la convivencia en cualquier sociedad. Hoy existen muchas interpretaciones para explicar la violencia en Cali. Desde la forma en que se ha ido construyendo la ciudad hasta las deficiencias de recursos para enfrentar el gran enemigo, todos esos argumentos parecen ser adecuados para entender lo que ocurre en las calles de la urbe que con más de dos millones de habitantes también es capaz de dar ejemplos de solidaridad como los que protagonizaron sus habitantes con ocasión de los Juegos Mundiales. Pero ese diagnóstico ya no parece suficiente. También desde hace muchos años, los caleños reclaman hechos de autoridad que detengan el crecimiento del crimen y sus secuelas. Que haya justicia para perseguir y castigar a los criminales. Que haya medidas para controlar el desenfreno en el consumo de alcohol, causante de casi todas las riñas que terminan en venganzas. Que haya educación para que todos, en especial los jóvenes, aprendan a respetar el valor de la convivencia y reconozcan en las instituciones el árbitro que resuelve las controversias y mantiene la paz.Y está el asunto de las armas de fuego y la resistencia de la Tercera Brigada a permitir que se ensaye el desarme cuyos resultados en Bogotá y Medellín son contundentes. Sin duda, gran parte de los delitos se cometen con armas ilegales, presentándose situaciones como el que la usada el pasado viernes había sido decomisada en tres ocasiones. ¿Por qué se produjo tal hecho? ¿Acaso en ello tuvo que ver la denuncia de hace unas semanas sobre lo que estaba ocurriendo en las instalaciones militares de la ciudad con las armas decomisadas? Volviendo al desarme, hoy es necesario insistir en su implantación. Por algo la Constitución Nacional establece el monopolio de las armas en el Estado. Y en ocasiones como esta, cuando las autoridades dicen que las armas son necesarias para que los civiles puedan defenderse de la inseguridad, están dando a entender que no son capaces de garantizar la tranquilidad y la convivencia. Más aún cuando los responsables de tan importante decisión insisten en desconocer los resultados positivos que el desarme ha arrojado en otras partes. Lo ocurrido en el barrio Nueva Floresta produce desconcierto. Al destapar la razón de ser de ese asesinato colectivo y la manera en que fue ejecutado, la inmensa mayoría de los caleños, siente y expresa su rechazo. Así existan explicaciones sobre las bandas organizadas y las retaliaciones o disputas territoriales entre ellas, parece inexplicable que el Estado no pueda erradicarlas a pesar del inmenso daño que causan. Peor aún, que no se proceda contra los criminales, cada uno de los cuales tiene un extenso prontuario de crímenes cubierto con una impunidad afrentosa.

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