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Marginalidad y pandillas

11 de julio de 2010 Por:

Sin duda, el aumento de las muertes violentas ocasionadas por las pandillas en Cali, así como el incremento de los enfrentamientos entre ellas, reclama la acción de las autoridades. Pero la solución no está sólo en el uso de la fuerza y la represión. Si se quiere acabar el fenómeno de las pandillas hay que entenderlo primero como un hecho que no es exclusivamente criminal, y tiene un trasfondo social que reclama medidas diferentes para enfrentarlo. Colombia tiene en las ‘maras’, las pandillas de El Salvador y otros países centroamericanos, el ejemplo de un fenómeno social que desafía a las Instituciones y amenaza ya la convivencia. Tienen sus propias filosofías, crean códigos de conducta sólo para sus miembros y van en contravía de todo lo que signifique el Estado de Derecho. Son organizaciones que surgen cuando la sociedad se empecina en desconocer las consecuencias de no ofrecer oportunidades, educación, empleo y salud a los conglomerados que crecen en los cinturones de miseria. En ese espejo debe mirarse Cali, para comprender los grupos que proliferan aquí y cómo debe enfrentarlos. Cuando se revisa la organización social de la ciudad, y la forma en que crece la marginalidad, no es difícil encontrar los causantes de las pandillas. Están en zonas como Aguablanca y la ladera, donde sobran los problemas y escasean las oportunidades para tener una vida digna, y donde la presencia del Estado es precaria. Allí se cultiva la resistencia y se crea un mundo aislado, integrado por personas que bajo el espíritu gregario propio de los seres humanos conforman ghetos y asociaciones, las pandillas, que desconocen la ley y no responden a los propósitos de una sociedad organizada. Por eso no es extraño que existan cuatro generaciones de pandilleros: “Desde los abuelos hasta los nietos han hecho parte de estas agrupaciones”, dijo un Oficial de la Policía. Es el Estado paralelo que reemplaza al formal porque éste es incapaz de reconocerlos en su cultura, en sus diferencias, y no entiende sus necesidades. Bajo esa perspectiva, el de las pandillas no es problema de policía. Y es consecuencia de una sociedad impotente para absorber la enorme inmigración que genera la pobreza del suroccidente colombiano. Por eso no puede ser tratado como las bandas criminales que se reunen con el propósito de delinquir y a las que hay que castigar. Cuando se entienden las pandillas en su contexto social y cultural, se descubre también porqué es necesaria la ayuda de la Nación ante la incapacidad del Municipio para resolver la crisis social de Cali.La presencia estatal en zonas de alta marginalidad debe llegar con soluciones integrales. No sólo con propuestas asistencialistas como los regímenes subsidiados, respuesta inmediatista que no alcanza a llenar los vacíos de una sociedad donde la necesidad y el abandono son la norma. Si el problema no se mira desde su verdadera dimensión y se insiste en el uso exclusivo de la fuerza, se las condenará a ser enemigas de la sociedad y de la vida. Entonces se producirá el reemplazo del Estado formal por el informal, tal como le está ocurriendo a El Salvador con sus sangrientas ‘maras’.

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