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Los huecos negros

Brasil, como casi todo el vecindario, es un caso fallido en su sistema carcelario. Lo fue antes de la privatización de las cárceles y lo es mucho más ahora. Trató de apagar un incendio con otro peor, el de la improvisación y la falta de compromiso de contratistas que buscan buenas tajadas y nada más.

16 de enero de 2017 Por:

Brasil, como casi todo el vecindario, es un caso fallido en su sistema carcelario. Lo fue antes de la privatización de las cárceles y lo es mucho más ahora. Trató de apagar un incendio con otro peor, el de la improvisación y la falta de compromiso de contratistas que buscan buenas tajadas y nada más.

Además de espanto, las masacres de los últimos días en las cárceles de Brasil produce la indignación de saber que sus víctimas no serán las últimas. En realidad, miles de prisioneros en ese país, y en toda Latinoamérica, saben que su suerte, comenzando por la vida misma, depende de lo que decidan las mafias que operan en esos huecos negros en que se han convertido las prisiones. Porque si algo queda claro es que los Estados son incapaces de hacer de ellas los centros de resocialización para los que fueron creados. Pasa ahora en Brasil, antes fueron Venezuela y El Salvador. Y no olvidemos que aún hoy, casi dieciocho años después, sigue sin conocerse qué pasó con decenas de personas a las que se les perdió el rastro en la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá pese a estar por cuenta de las autoridades. El modelo de ejecuciones de Manaos y Roraima con el mensaje implícito que en el lenguaje de la guerra significan decapitaciones y mutilaciones es el que sigue mandando a la hora de dejar en claro quién ordena de puertas para adentro. Y lo peor, quien seguirá al frente de sus destinos.Brasil, como casi todo el vecindario, es un caso fallido en su sistema carcelario. Lo fue antes de la privatización de las cárceles y lo es mucho más ahora. Trató de apagar un incendio con otro peor, el de la improvisación y la falta de compromiso de contratistas que buscan buenas tajadas y nada más.Claro está, ese es apenas el último eslabón de una cadena de desbarajustes que comienzan en los problemas sociales que desencadenan la delincuencia, ahora alimentada por el narcotráfico. Las dos bandas incursas en el actual espiral de violencia - el Comando Vermelho (CV), de Río de Janeiro, y el Primeiro Comando da Capital (PCC, de San Pablo) -, son eso: crimen y droga.Mafias con tentáculos que se extienden mucho más allá de las favelas, de donde provienen casi todos sus miembros. Grupos que se alían con el narcotráfico colombiano y administran un negocio millonario, con poder para corromper a funcionarios de muchas instituciones, comenzando por quienes, en apariencia, cuidan de ellos. Buscar adeptos para esos capos dentro de los penales no es difícil. En medio del hacinamiento producido por el aumento en el 167% de los reclusos en Brasil desde el año 2000 hasta nuestros días, y de la falta de garantías, pocas opciones quedan para los reclusos diferentes a plegarse a quien tienen el poder real sobre sus vidas. A la par, en Brasil, y en la región, las velocidades entre las políticas judiciales y la carcelaria, siempre son diferentes. Por lo general, la segunda de ellas anda siempre a la zaga, porque no es prioridad de los gobiernos.Y no parecen existir soluciones. Para comenzar, mayor y mejor inversión. Mientras los países de Europa del Norte destinan 110 dólares diarios y Estados Unidos cerca de 80 dólares por cada detenido, los países de América Latina giran, en promedio, menos de diez dólares. En esas condiciones, Manaos, Roraima, Caracas o cualquier ciudad de Colombia seguirán teniendo esos huecos negros en los que el ser humano muere o se transforma en delincuente.

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