La vergüenza del fútbol
"¿En qué momento el fútbol pasó de ser un motivo de alegría a convertirse en el detonante de la agresividad y la violencia? Ese fenómeno, que no es exclusivo de Colombia, retrata el olvido en el que han quedado valores esenciales como la convivencia ciudadana o el respeto por derechos como el de la vida, fundamentos en los que se cimienta una sociedad sana".
"¿En qué momento el fútbol pasó de ser un motivo de alegría a convertirse en el detonante de la agresividad y la violencia? Ese fenómeno, que no es exclusivo de Colombia, retrata el olvido en el que han quedado valores esenciales como la convivencia ciudadana o el respeto por derechos como el de la vida, fundamentos en los que se cimienta una sociedad sana".
Setenta y un heridos y siete muertos en nuestra ciudad, por el triunfo del Deportivo Cali. Sesenta y cinco heridos en la capital de Antioquia, causados por la pérdida del campeonato. Es el desmán que se ha tomado el deporte más popular, sin que haya soluciones a la vista.Conseguir el título de la liga colombiana una década después de alcanzar su última estrella, le significó al Deportivo Cali trabajar con dedicación y hacer grandes esfuerzos en el primer semestre del año. Esa entrega de sus jóvenes jugadores y de su técnico le permitió al equipo estar en los primeros lugares del torneo y disputar el domingo anterior la final con el Deportivo Independiente Medellín. Hasta ahí, hasta el pitazo final de un buen partido que llevó al cuadro azucarero a lograr su noveno título nacional, el fútbol fue una fiesta.Pero como sucede cada vez con más frecuencia, durante o después de los encuentros en los torneos colombianos, los estadios se convierten en campos de batalla y las calles en trincheras para que los violentos, no los hinchas verdaderos, descarguen de manera perversa su rabia y sus odios. Porque son esos sentimientos lo que hay detrás del amor que vociferan por una camiseta y un equipo por los que se dicen dispuestos a dar hasta la vida.Cali lo vivió el domingo anterior, como lo sufrió también Medellín, donde la Fuerza Pública debió enfrentar a las barras del DIM, que quisieron acabar con el Atanasio Girardot, y a los mal llamados aficionados que se tomaron las vías de la capital antioqueña. Allá los heridos sumaron 65, incluidos 7 policías, mientras otros 21 integrantes de las barras bravas fueron detenidos por las autoridades.Es decir, violencia porque se gana o porque se pierde. ¿En qué momento el fútbol pasó de ser un motivo de alegría a convertirse en el detonante de la agresividad y la violencia? Ese fenómeno, que no es exclusivo de Colombia, retrata el olvido en el que han quedado valores esenciales como la convivencia ciudadana o el respeto por derechos como el de la vida, fundamentos en los que se cimienta una sociedad sana.Frente a esa irracionalidad no valen ni las leyes que pretenden meter en cintura a las barras bravas, ni los castigos a los violentos, ni las sanciones a estadios y equipos. Contra las hordas de desadaptados que se dicen aficionados no hay autoridad que alcance para ejercer el control. La represión, necesaria frente al vandalismo y los actos salvajes, apenas será un escarmiento de cara a un problema que es social y requiere acciones de fondo.Ningún futuro le espera al fútbol mientras unos cuántos respondan con agresión a los triunfos o derrotas de sus oncenos. Aunque suene utópico, ese destino cambiará si se logra educar a las nuevas generaciones de aficionados para que rescaten el sentido de sana competencia y alegría que caracteriza al deporte. Y si a las sanciones de las autoridades y la justicia se le suma el rechazo social a los violentos, algo que parece olvidado hoy en día. La labor es de todos, incluidos los equipos que tienen una cuota de responsabilidad en el actuar de sus hinchas.