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La vergüenza del Brasil

"La inquietud de ahora es cómo recuperar la credibilidad del Brasil, la transparencia y la estabilidad de su política y de sus instituciones, golpeadas por un populismo disfrazado de salvador y por la voraz inmoralidad en el manejo de sus asuntos públicos".

1 de septiembre de 2016 Por:

"La inquietud de ahora es cómo recuperar la credibilidad del Brasil, la transparencia y la estabilidad de su política y de sus instituciones, golpeadas por un populismo disfrazado de salvador y por la voraz inmoralidad en el manejo de sus asuntos públicos".

Nueve meses duró el juicio o impeachment que el Congreso del Brasil le aplicó a la presidenta Dilma Rousseff para destituirla y nombrar en propiedad a Michel Temer, su vicepresidente y miembro del partido antes socio y hoy antagónico de la ya expresidente. Ahora empieza una nueva etapa para el gigante suramericano, sumido en la crisis institucional y política más profunda de su historia como república.Hace dos semanas terminaron las Olimpíadas que tuvieron a Río de Janeiro como sede. Con lujo de detalles, Brasil despejó la multitud de dudas que pretendieron imponer sobre su capacidad para realizar los juegos deportivos más grandes del Planeta, para garantizar la seguridad de atletas y visitantes y para controlar hasta el zika, que algunos se empeñaron en elevar a la categoría de catástrofe.Esa fue la demostración de lo que es capaz ese gran país y su gente. Sin embargo, el final de los Juegos Olímpicos significó el regreso a la dura realidad de una economía golpeada por la mayor recesión de su historia, y, sobre todo, de la ruina de su política, causada por la corrupción voraz. Esa que llegó a su máxima expresión cuando el expresidente Lula Da Silva, el más popular de los dirigentes brasileños, decidió usar la repartición de cargos, de contratos y de presupuestos públicos para garantizar durante ocho años la gobernabilidad.Eran épocas de bonanza que generaron progreso. Una vez terminado el esplendor, empezó la destorcida. Mientras la Justicia caía sobre los jefes políticos y los empresarios que casi acaban con Petrobras y consumieron recursos públicos como los destinados al Mundial de Fútbol de 2014 y a los Juegos de Río, se rompía la frágil sociedad que permitió la elección de Dilma, a quien puede acusársele de decisiones equivocadas pero no de ser parte del entramado corrupto y sus maniobras.Y fue ella la víctima, debido también a que no siguió entregando lo que querían los antiguos socios de Lula Da Silva. La acusación se basa en el uso de mecanismos poco ortodoxos para tapar el déficit fiscal que se produjo entre otras razones por la propensión al gasto de su antecesor y padrino político, y por su propio gobierno. A ella le pasaron la cuenta de cobro quienes fueron encabezados por Temer, hoy su flamante sucesor, y por un oscuro presidente del Congreso, Eduardo Cunha, quienes siguen en las investigaciones por sospechas fundadas de corrupción.El desgaste ha sido enorme, y la incertidumbre cubre la política. “Causa espanto que la mayor acción contra la corrupción de este país haya llevado precisamente al poder a un grupo de corruptos”, dijo la expresidenta al despedirse. Los Juegos Olímpicos y la incipiente reactivación de la economía han demostrado la fortaleza del Brasil, superior a quienes han hecho de la negociación política un botín para conseguir apoyos. La inquietud de ahora es cómo recuperar la credibilidad del Brasil, la transparencia y la estabilidad de su política y de sus instituciones, golpeadas por un populismo disfrazado de salvador y por la voraz inmoralidad en el manejo de sus asuntos públicos.

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