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La tragedia venezolana

En esta época de reflexión que nos permite la Semana Santa, imagine que usted se despierta en su casa, se dirige al lavabo, abre la llave y no hay agua.

16 de abril de 2019 Por: Editorial .

En esta época de reflexión que nos permite la Semana Santa, imagine que usted se despierta en su casa, se dirige al lavabo, abre la llave y no hay agua. Un poco contrariado intenta prender la lámpara para alumbrar el corredor de su casa, pero tampoco hay energía eléctrica. Como si fuera poco descubre con horror que es presa de un intenso dolor de cabeza, pero en casa no hay medicinas y en la farmacia tampoco, pero igual no podría pagar porque las tarjetas de crédito no funcionan.

La angustia se apodera de usted y como puede sale de su casa buscando un sistema de transporte que lo lleve a un hospital. Descubre entonces que no hay buses en la calle, el combustible está regulado y como no hay energía los semáforos no funcionan. El caos reina en las vías. Piense que la ciudad que usted conoció, el país en el que usted vivió, ya es un recuerdo lejano que se va diluyendo ante la cruda realidad.

Esto, que para cualquier ser humano sería la peor pesadilla, es lo que viven cada día los venezolanos. No es una exageración. Se trata de un país que colapsó, o lo destruyeron, a pesar de tener las mayores reservas petroleras del Occidente. Un país rico hoy destruido, saqueado, al que le quitaron su dignidad y le destruyeron su tejido social.

La volátil inflación en Venezuela podría llegar a diez millones por ciento este año, por lo cual el dinero que le alcanzó hoy para comprar una bolsa de leche seguro que mañana ya no le servirá ni para un pan. Un deterioro sin parangón que ha producido la más grande diáspora de la historia de América Latina. Los cálculos más optimistas hablan de cinco millones de personas que al final del año habrán dejado Venezuela huyendo de la peor crisis humanitaria de la región.

Si antes la gente salía del país por la falta de comida, ahora el impacto de los apagones es brutal. A las familias las dejan sin luz y sin agua y son una constante. Hay una hora de electricidad por 23 sin energía. Y si no hay electricidad tampoco hay agua. Entonces la gente sale a buscar a ríos y lagunas. Como el agua no está tratada, las enfermedades gastrointestinales aumentaron. Pero como no hay energía, los hospitales no funcionan. Las cadenas de frío para garantizar la calidad de las medicinas y las vacunas no existen.

Entonces la gente muere en su casa de enfermedades tratables, mientras sus familiares no pueden evitarlo. Es como estar en medio de una zona de guerra, con todas las necesidades básicas insatisfechas. El otrora rico y tranquilo país fue convertido en el más peligroso del continente con una tasa de 81,4 homicidios por cada cien mil habitantes. Más de 23.000 muertes violentas se registraron el 2018. Después de las seis tarde las principales ciudades quedan desiertas. Salir a la calle es una invitación a la muerte.

Y el imperio de la ley se perdió entre la corrupción de las Fuerzas Armadas, los comandos paramilitares del régimen y una delincuencia organizada sin freno. Es la tragedia de un país al que saquearon, esquilmaron, le arrebataron su fortaleza como sociedad y lo despojaron hasta de la esperanza. Una pesadilla que aún no termina.

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