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La tragedia de la infraestructura

Es difícil explicar que, pese a las complicadas condiciones topográficas y geológicas de las cordilleras colombianas, la única alternativa de transporte sea el de los vehículos automotores. Y que se haya abandonado el ferrocarril, a pesar de sus ventajas de todo orden frente a la movilización por carretera.

24 de noviembre de 2011 Por:

Es difícil explicar que, pese a las complicadas condiciones topográficas y geológicas de las cordilleras colombianas, la única alternativa de transporte sea el de los vehículos automotores. Y que se haya abandonado el ferrocarril, a pesar de sus ventajas de todo orden frente a la movilización por carretera.

Si faltaba algo para demostrar la fragilidad de la infraestructura de transporte en Colombia y la necesidad de cambiar la política y abrir el país a la diversificación, los derrumbes en las vías y el cuasi infarto que padecen las carreteras son suficientes. Lo que obliga a reclamar que se cambien los parámetros y las prioridades sobre los cuales gira la inversión pública.En un principio, el taponamiento de la vía entre Ibagué y Armenia puede ser adjudicado a la emergencia que produce el crudo invierno, por lo cual se piensa que sea superada en un tiempo relativamente corto. Pero la historia de esa carretera no es distinta a la que han atravesado otras tan importantes como las que comunican al interior del país con la costa Atlántica o la Panamericana que lleva a Pasto o la vía a Buenaventura. Y qué decir de la conexión con el oriente del país o con Quibdó, donde la tragedia es corriente y el aislamiento es casi un hecho al cual se deben resignar los colombianos. Es la historia de la improvisación que impide tomar decisiones de fondo para, por ejemplo, diversificar los sistemas de comunicación. Es difícil explicar que, pese a las complicadas condiciones topográficas y geológicas de las cordilleras colombianas, la única alternativa de transporte sea el de los vehículos automotores. Y que se haya abandonado el ferrocarril, a pesar de sus ventajas de todo orden frente a la movilización por carretera, entre las cuales se destaca la demanda de una infraestructura menos exigente y con mayores posibilidades para enfrentar los desafíos del cambio climático.No obstante, al mantener un sistema de transporte con tantos riesgos, el país ha estado de espaldas a esas realidades que han llevado el desarrollo a casi todo el planeta, dedicando sus esfuerzos a vías que, como la que atraviesa La Línea, demuestran con frecuencia su fragilidad, causada en gran parte por la inestabilidad de las cordilleras. En los últimos años, los gobiernos se han obstinado en ampliar la malla vial mediante concesiones costosas y exigentes que implican la creación de uno de los sistemas de peajes más elevados del mundo.Pero los hechos nos vuelven a la realidad: hoy, la comunicación entre el centro y el resto del país está rota, con los consecuentes costos para la economía. Mientras varias de las concesiones naufragan en la incertidumbre por actuaciones poco claras y el Ministro del Transporte trata de arreglar el sistema de contratación, el aislamiento sigue creciendo a causa de una infraestructura que no parece tener las especificaciones necesarias para enfrentar el invierno. Por supuesto, la responsabilidad no es del Gobierno actual ni del ministro Germán Cardona, que hace ingentes esfuerzos por reconectar al país en medio de una temporada de lluvias particularmente intensa. Pero su responsabilidad sí consiste en ejecutar alternativas que resuelvan el nudo gordiano de una infraestructura débil que aísla a los ciudadanos y no es capaz de responder a los requerimientos de la Nación, convirtiéndose en el peor enemigo de la eficiencia y la competitividad de Colombia.

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