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La semilla de la esperanza

20 de noviembre de 2010 Por:

"La violencia y la injusticia que sufren hoy los niños, la reproducirán mañana, con mayor intensidad, cuando sean adultos..."

Colombia está arriesgando a quienes son su esperanza de tener un futuro diferente y con mejores perspectivas. Las cifras de maltrato infantil entregadas esta semana por el Instituto de Bienestar Familiar, Icbf, indican que el Estado falla en su deber de proteger a sus niños y adolescentes. Y que la herida social que se causa tiene consecuencias irreparables.Según el Icbf, en los primeros diez meses del 2010 se denunciaron 35.204 casos de negligencia, agresiones físicas y violencia psicológica contra menores. Otros 7.636 niños fueron víctimas de abuso sexual y habría más de 17.000 en la guerrilla y el paramilitarismo, según datos de la ONG Niñez Sin Fin. Pero no se trata simplemente de cifras. Son casos que tienen un rostro y una identidad que afectan a personas, para dolor de un país que parece insensibilizado por los horrores de la violencia. Colombia aún no se explica la muerte de Yenni, Yimmy y Yefferson Torres Jaimes, los hermanitos de Tame, Arauca, maltratados, asesinados y enterrados al parecer por un miembro del Ejército. Tampoco entiende la suerte de un niño de 12 años, reclutado por la guerrilla y muerto la semana pasada en un bombardeo a un campamento de las Farc en Nariño. O el crimen de Juan Sebastián, de 2 años, quien falleció el 13 de noviembre por trauma craneoencefálico causado por la golpiza que le propinó su padrastro. Ellos son el reflejo de una sociedad que parece insensible ante semejantes dramas.El 20 de noviembre de 1989, Naciones Unidas firmó la Convención sobre los Derechos de los Niños, ratificada por 192 países incluido Colombia. Con ella se busca que los Estados protejan a su población menor de edad, la eduquen y le garanticen el desarrollo de su personalidad, elementos imprescindibles para una vida independiente y, sobre todo, para asumir sus responsabilidades dentro de la comunidad. Cuando se ve la realidad de Colombia, donde cerca de dos millones de niños tienen que trabajar, cada día 117 menores son maltratados, y anualmente mueren 35.000 niños de hambre o por consumir agua contaminada, sólo se puede pensar que el Estado, comenzando por su núcleo básico que es la familia, ha fallado en su labor. Aún reconociendo un avance en las últimas dos décadas en políticas públicas enfocadas hacia la niñez y la adolescencia, es evidente que falta un esfuerzo mayor, particularmente en inversión social, en educación, cultura y recreación.El país puede quedarse en los lamentos por estas estadísticas, o darle un giro a la dura realidad que vive un porcentaje muy alto de sus 12 millones de niños y adolescentes, que representan casi la cuarta parte de su población total. Lo hará si entiende que la violencia y la injusticia que sufren hoy como niños, la reproducirán mañana, con mayor intensidad, cuando sean adultos.Si se educa en el amor, se brinda protección, se asegura un desarrollo armonioso y se garantiza la felicidad durante la niñez, Colombia levantará la semilla de una sociedad más tolerante, más sana, más digna y, sobre todo, más pacífica. La semilla de la esperanza para un mejor país.

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