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La protesta de Francia

Como ocurre en Colombia, Francia protesta contra el inmovilismo de una clase política que pierde su sensibilidad frente a sus electores. Contra un establecimiento que no ha querido atender los reclamos de los ciudadanos y responde con impuestos, y contra quienes como Macron encarnan la esperanza pero acaban en el aislacionismo del Estado de siempre frente a su sociedad.

6 de diciembre de 2018 Por: Valeria Martínez

Hace 19 meses, la posesión de Emmanuel Macron anunciaba la llegada de un viento fresco y renovador a la política francesa, necesitada de sintonía con una sociedad que reclama atención. Ahora, las explosiones de protesta violenta lo arrinconan y lo obligan a negociar decisiones que parecían irreversibles.

Macron se mostró como la esperanza de Francia, al punto en que obtuvo uno de los más sorprendentes y arrolladores triunfos, derrotando a las tradicionales estructuras del socialismos y la derecha en Francia.

Además de mostrarse como la renovación que necesita con desespero la Unión Europea, su figura juvenil y su forma de expresarse fueron acompañadas por actuaciones que en no pocos sectores se interpretaron como arrogantes y con el interés de marcar distancias con quienes tienen la experiencia para dirigir una nación compleja y exigente.

Pero la popularidad del Presidente empezó a experimentar una caída más rápida de la esperada, debido a su demora en interpretar la realidad. Hasta que se llegó a una protesta que no parece tener dirección definida ni liderazgos claros, pero incendia las calles y siembra incertidumbre. Son las manifestaciones de lo que los analistas identifican como la clase media y la provincia francesa, que reclaman el cambio y la atención de una política que no parece haber cambiado en su aislamiento con la población.

La disculpa más notoria por ahora es el alza en los combustibles, en especial el diésel, impulsada por el Gobierno como la forma de desestimular su uso para la protección del medio ambiente. Pero detrás de los estallidos de violencia contra la medida está el descontento de esa clase media que no se siente representada en sus intereses por sus gobernantes, lo que lleva a identificarlas con las revueltas de mayo de 1968.

Para contener esa embestida del descontento, el presidente Macron y su Jefe de Gobierno han desplegado la estrategia del diálogo con un movimiento que no tiene unidad, además de suspender las alzas y de reactivar el impuesto a las riquezas, confirmando así el interés fiscal que motivó esa decisión. Es un movimiento que carece de representantes y voceros únicos y amenaza con tomarse de nuevo las calles de París y de varias ciudades a causa de los agricultores que también piden rebajas de impuestos a pesar de que el Gobierno se haya mostrado conciliador.

En principio fueron manifestantes pacíficos que reclamaban de manera civilizada. Pero a partir del pasado fin de semana cuando incendiaron París, parece ser que los grupos radicales de izquierda y derecha, así como quienes sienten amenazados sus empleos y su calidad de vida, se han tomado el movimiento de los chalecos amarillos y amenazan con más violencia el próximo fin de semana.

Como ocurre en Colombia, Francia protesta contra el inmovilismo de una clase política que pierde su sensibilidad frente a sus electores. Contra un establecimiento que no ha querido atender los reclamos de los ciudadanos y responde con impuestos, y contra quienes como Macron encarnan la esperanza pero acaban en el aislacionismo del Estado de siempre frente a su sociedad.

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