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La mala costumbre

Es imperioso cambiar el patrón cultural que nos lleva a arriesgar la integridad de niños a los cuales se les quiere iniciar en los rituales que asocian esas sustancias con la celebración. Esa es una de las claves para impedir que se produzcan más víctimas como las siete personas lesionadas en el primer día de diciembre en Cali, Buga, Tuluá, San Pedro y Andalucía.

3 de diciembre de 2018 Por: Editorial .

Llegó diciembre y llegaron las angustias causadas por la pólvora ilegal, por la tozuda resistencia a cambiar patrones culturales que ponen en riesgo la integridad de niños y adultos y por las dificultades de las autoridades para hacer cumplir las normas que por esta época se expiden.

Es la repetición de un drama anunciado en el cual miles de colombianos arriesgan su existencia y consumen sus recursos económicos sin detenerse a pensar en los peligros que corren ellos, sus hijos y sus bienes. Cada año, las autoridades nacionales, departamentales y municipales anuncian medidas drásticas y se preparan para evitar lo que ha causado muerte, lesiones irreparables y destrucción, frustrando el futuro de muchas personas y ocasionando lutos irreparables.

Por supuesto, existe una industria que cumple con las exigencias y ofrece pólvora segura, y no es menos cierto que hay expertos en manipular lo que es una demostración de alegría. Pero a su lado funciona una industria que no cumple los estándares mínimos de seguridad y cada año es protagonista de explosiones en polvorerías clandestinas, además de causar tragedias entre quienes aún creen que la pólvora es un juego inocente y obligado como una tradición ancestral.

Ya es hora de romper con esas creencias que llevan a asumir riesgos innecesarios y mortales. Para ello, es imperioso cambiar el patrón cultural que nos lleva a arriesgar la integridad de niños a los cuales se les quiere iniciar en los rituales que asocian esas sustancias con la celebración. Esa es una de las claves para impedir que se produzcan más víctimas como las siete personas lesionadas en el primer día de diciembre en Cali, Buga, Tuluá, San Pedro y Andalucía.

Esos ‘accidentes’, por llamarlos de alguna manera, se produjeron a pesar de las terminantes normas expedidas por la Gobernación del Valle que pretenden desterrar el nefasto negocio de la pólvora insegura e ilegal. Y no puede decirse que las autoridades departamentales y, en su mayor parte, las municipales en todo el Valle, están haciendo lo posible por impedir las tragedias con la expedición de normas y la realización de requisas y decomisos.

Pero la tradición arraigada impulsa el consumo de cohetes, detonantes en todas sus formas y materiales que ocasionan incendios, intoxicaciones y lesionados en casi todo el país, impulsando un mercado creciente. Por ello habrá siempre quienes se atrevan a exponer sus vidas para satisfacer la demanda, así como quienes defiendan ese peligro con el argumento de que genera empleo y oportunidades en una sociedad con grandes desigualdades.

El asunto es entonces crear conciencia en las familias y, en especial, en los centros de educación sobre los peligros de la pólvora. Nuevamente hay que decir que en enseñar la diferencia entre fuegos pirotécnicos administrados por personas idóneas, y su uso indiscriminado que deja lesionados y pone en riesgo la vida de sus fabricantes, está la clave para tener una Navidad y unas fiestas de fin de año sin que centenares de familias deban padecer la tragedia de un niño quemado o de un familiar muerto por la mala costumbre.

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