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La cultura del alcohol

"Sin duda, el castigo a los conductores borrachos es un paso importante en el propósito de impedir la mortal mezcla de alcohol y gasolina. Son muchos los muertos y los heridos causados por un coctel que al transitar por las calles y carreteras se constituye en uno de los peores enemigos de la vida y la integridad personal".

7 de diciembre de 2011 Por:

"Sin duda, el castigo a los conductores borrachos es un paso importante en el propósito de impedir la mortal mezcla de alcohol y gasolina. Son muchos los muertos y los heridos causados por un coctel que al transitar por las calles y carreteras se constituye en uno de los peores enemigos de la vida y la integridad personal".

La reforma que consagra la pérdida de la licencia de conducir de por vida a quienes reincidan en manejar vehículos en estado de alicoramiento, puede ser una revolución en Colombia. Se trata, ni más ni menos que de sancionar de manera ejemplar una de las más peligrosas expresiones de la cultura del alcohol, arraigada por siglos en la cultura popular y propiciada por el Estado. Sin duda, el castigo a los conductores borrachos es un paso importante en el propósito de impedir la mortal mezcla de alcohol y gasolina. Son muchos los muertos y los heridos causados por un coctel que al transitar por las calles y carreteras se constituye en uno de los peores enemigos de la vida y la integridad personal. Más aún, cuando esa conducta se presenta en la conducción de motos, se traduce en uno de los grandes generadores de accidentes en Colombia.Pero los debates que tienen lugar en el Congreso para darle trámite a las reformas al Código de Tránsito también podrían ser la oportunidad para enjuiciar el papel que juega uno de los principales causantes de la tragedia. Es el Estado cantinero, herencia de la colonia española que basa gran parte de los ingresos departamentales en el monopolio de la producción de aguardientes y sin embargo es laxo en los impuestos que cobra al licor importado. Aquél que no se detiene a pensar en los costos que representa para la salud pública, la sanidad mental y la convivencia el que las autoridades sean las grandes promotoras del consumo de licor y a la vez tengan que dedicar ingentes recursos a atender a las víctimas del consumo. Así se explica que en la cultura colombiana se hayan arraigado costumbres perversas como la de poner a girar los eventos públicos y privados alrededor del consumo de licor. Aquí se bebe porque se pierde o porque se gana, porque se nace o porque se muere. Se brinda con desenfreno en las celebraciones públicas como en los eventos de carácter masivo, sin tener en cuenta las graves consecuencias que produce en la convivencia. Es el licor que genera tragedias, al tal punto que en el 85% de los homicidios que se cometen en Cali está presente el alcohol y el Día de la Madre es el más violento en términos de riñas, heridos y accidentes de tránsito.Desde esa perspectiva, las sanciones que se debaten en el trámite legislativo son apenas un asomo a la amenaza que significa el alcohol como paradigma en la vida cotidiana de la sociedad. Que es cohonestada por la supuesta necesidad de vender aguardiente para financiar la educación y el deporte en las regiones, o de promover fiestas disfrazadas de eventos culturales cuando en verdad son invitaciones al consumo. Ahora, y una vez aprobadas las sanciones, es de esperar que su publicidad sea por lo menos igual en volumen a la que se realiza incluso en las camisetas de los equipos de fútbol para promover los aguardientes regionales.Y que se fortalezcan las entidades de tránsito que vigilan el comportamiento de los conductores. Ante los riesgos que significa la letal mezcla de alcohol y gasolina, nada sería más nocivo que expedir una ley como la de sancionar a los conductores alicorados y no tomar las medidas necesarias para que ella sea aplicada con todo el rigor.

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