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La condena a la tiranía

A pesar del fracaso que ha tenido en dieciocho años, y de la corrupción que ofende por su desfachatez, la revolución bolivariana insiste en imponer el comunismo que empobrece, impide la iniciativa privada y acaba con las posibilidades de progreso.

22 de junio de 2017 Por: Editorial .

Con una votación pobre que no alcanzó para aprobar la creación de una comisión, la Asamblea de la Organización de Estados Americanos, OEA, demostró lo difícil que es poner de acuerdo a los gobiernos cuando se trata de condenar el abuso de poder de sus colegas. Sin embargo, sigue vigente el rechazo de los pueblos democráticos de casi toda América contra la tiranía que manda en Venezuela.

La reunión en Cancún, México, se convirtió en un triste espectáculo, debido a la capacidad del gobierno de Venezuela para presionar la lealtad a sus aliados, casi todos dependientes del petróleo que les regala o les vende a precios irrisorios. Por eso no se pudieron conseguir los 23 votos que se requerían para crear un “grupo de contacto entre el gobierno y la oposición” o para aprobar una resolución que solicitara la suspensión de la Asamblea Constituyente con la cual se consolidará el totalitarismo en la patria del Libertador Simón Bolívar.

Sin embargo, ese resultado no alcanza para ignorar el rechazo que produce la manera en que la dictadura de Nicolás Maduro ha pisoteado la constitución de su país, ha condenado a su nación a la escasez y la ruina y sólo le queda la represión brutal contra quien proteste contra la tiranía. El resultado son 75 muertos desde el pasado primero de abril, más de diez mil heridos y miles de detenidos que son procesados por la justicia penal militar, en un desconocimiento rampante de la legalidad sobre la cual se apoya el mismo gobierno.

Es tan grave la situación, que la Fiscal General de Venezuela está ahora en turno para ser víctima de la maquinaria oficialista. Luisa Ortega, quien fuera seguidora incondicional de Hugo Chávez y defensora de su revolución bolivariana, ahora se expone a un juicio en su contra por atreverse a condenar la dictadura y a disentir del camino que tomó el proyecto chavista al inventarse una constituyente que sólo servirá para tratar de consolidar el régimen corrupto que se derrumba a pesar de los esfuerzos de los militares y de un aparato judicial dedicado a defenderlo.

En medio de todas esas discusiones se agudiza la escasez de alimentos, de suministros médicos y de empleos en el país con mayores reservas petroleras del mundo, lo que ha ocasionado un verdadero éxodo de venezolanos hacia el exterior. A pesar del fracaso que ha tenido en dieciocho años, y de la corrupción que ofende por su desfachatez, la revolución bolivariana insiste en imponer el comunismo que empobrece, impide la iniciativa privada y acaba con las posibilidades de progreso.

La oposición declaró la desobediencia contra el gobierno y la asamblea constituyente convocada para el 31 de julio. Incluso el papa Francisco la condenó, lo que será ignorado por Maduro y su gobierno. Mientras tanto, continuará la represión brutal y la violencia común seguirá dejando la estela de muerte que ya tiene a Venezuela como el segundo país más violento del planeta.

Esa es la verdadera cara del régimen que el pasado lunes logró comprar el número de votos necesarios para impedir que la Asamblea de la OEA aprobara una condena a sus arbitrariedades.

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