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La carnicería de Siria

"...todo empieza a tener un fin con la sublevación popular que se ha tomado las calles para protestar contra el abuso. Son seres humanos que reclaman un cambio y que ahora son silenciados a punta de balas...".

28 de abril de 2011 Por:

"...todo empieza a tener un fin con la sublevación popular que se ha tomado las calles para protestar contra el abuso. Son seres humanos que reclaman un cambio y que ahora son silenciados a punta de balas...".

Sumergido en el remolino de protestas, represiones, triunfos y fracasos de la rebeldía contra las dictaduras en Oriente Medio, lo que ocurre en Siria desde hace seis semanas no parece incitar a los grandes titulares de los medios de comunicación. Y mucho menos parece conmover a organizaciones como las Naciones Unidas o la alianza del Atlántico Norte, pese al baño de sangre derramada por civiles que allí se está produciendo. Como en Túnez, Egipo, Libia o Yemen, el estallido de protestas fue ocasionado por los abusos que comete el régimen de la familia Al Assad y las precarias condiciones que vive uno de los pueblos más antiguos del planeta. Es el aislamiento, la pobreza y la represión que, combinados, le niegan las posibilidades de progreso a una nación, en especial a la gente joven. Y ahoga en la violencia cualquier asomo de descontento contra la mano de hierro que asfixia la libertad y prefiere mantener el oscurantismo que le garantiza permanencia antes que la ilustración que caracterizó por siglos ese pueblo.Pero todo empieza a tener un fin con la sublevación popular que se ha tomado las calles para protestar contra el abuso. Son seres humanos que reclaman un cambio y que ahora son silenciados a punta de balas. Según datos conocidos, los muertos producidos por las fuerzas represoras que disparan a discreción contra la muchedumbre pueden llegar a los 500. Y crecen las penurias, la escasez de alimentos o la interrupción de los servicios públicos y el uso de la fuerza para tratar de conjurar el descontento. Y lo peor son las dificultades para tener una información seria y un cubrimiento adecuado de los medios de comunicación. Sabedor el tirano Bassir Al Assad de que ese es su peor enemigo, ha ordenado expulsar a los corresponsales extranjeros y clausurar cualquier posibilidad de una prensa libre en su país. Como consecuencia, la dificultad en conseguirla es peor si se quiere que aquella que enfrentan los periodistas en Libia. “Por lo general, entre la represión de un Estado policial y la deformación de la realidad en la que a menudo incurren los medios por causa de sus intereses políticos o empresariales, la realidad de Siria no aparece por ninguna parte”. Emitidas por un colaborador de la BBC en Damasco, esas afirmaciones son una descripción estremecedora de la oscuridad que envuelve a Siria, donde sólo fugaces y a veces contradictorios testimonios personales permiten formarse una idea de lo que está ocurriendo. Y demuestran también la pasividad de las grandes potencias frente a la represión desatada por el régimen. Apenas explicable, dada la importancia geoestratégica de ese país y los intereses silenciosos que allí se manejan entre gobiernos antagónicos como Irán, Estados Unidos, Rusia o Francia. Todo está dado entonces para que Assad aumente su abuso contra el pueblo sirio. Y no debería ser así: el mundo está obligado a reclamar el respeto a los Derechos Humanos de ese y cualquier pueblo expuesto al despotismo. Y a usar la fuerza, cuando, al igual que en Libia, los tiranos decidan mantenerse en el poder sobre la sangre de su Nación.

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