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La agonía de un río

El futuro del río Magdalena es incierto no sólo por la suspensión del contrato con Navelena, la filial de Odebrecht que debía devolverle la navegabilidad. La magnitud del daño ambiental es tal, que hay quienes creen que ya está en el punto de no retorno.

28 de abril de 2017 Por: Editorial .

El futuro del río Magdalena es incierto no sólo por la suspensión del contrato con Navelena, la filial de Odebrecht que debía devolverle la navegabilidad. La magnitud del daño ambiental es tal, que hay quienes creen que ya está en el punto de no retorno.

Cuando se habla del Magdalena hay que trasladar la memoria a ese Gran Río que dos siglos atrás fue esencial para el desarrollo del país, que además es fuente de sustento para 200 mil pescadores y alrededor del cual desarrollan sus actividades el 80% de los 32 millones de colombianos en los 724 municipios que recorre a su paso. Su huella ha estado impresa en la economía nacional y en la doméstica, su cauce ha inspirado versos y canciones, mientras sus paisajes han recorrido el mundo montados en los barcos a vapor de novelas como ‘El amor en los tiempos del cólera’, escrita por Gabriel García Márquez.

De ese río caudaloso de 1.528 kilómetros de largo que atravesaba con ímpetu a media Colombia, pletórico de riquezas naturales, donde el horizonte parecía perderse en el sol, quedan sobre todo los recuerdos. La realidad del deterioro no puede obviarse más: la deforestación de su cuenca llega al 77% mientras que el 80% presenta erosión; en la última década la sedimentación ha aumentado en un 40% y la contaminación producida por las aguas servidas o la minería sin control, por ejemplo, han ido apagando la vida en su lecho.

El resultado es que si hace una década la subienda era perpetua y de sus aguas se extraían 80.000 toneladas de pescado anuales, en el presente esa cifra no llega a 30.000. Otro de los efectos es el descontrol que sufre su cauce como resultado del cambio climático. El 2016 será recordado como el año en el que el Magdalena tuvo el caudal más bajo en la historia, con tramos en los cuales la sequía era casi total. Ahora está en alerta roja porque las lluvias del último mes no sólo amenazas con desbordarlo sino con generar deslaves que pondrían en riesgo a los habitantes de sus riberas.

Si los cálculos son certeros, dentro de 20 años la temperatura en su zona de influencia habrá subido 1,5 grados lo cual llevará a que la supervivencia del río esté seriamente amenazada. Por eso es necesario escuchar las voces de quienes hacen un llamado de auxilio y reclaman la atención ambiental sobre este afluente colombiano. Hacer que éste sea de nuevo un río navegable es importante para la economía del país y para la de los 19 departamentos que atraviesa. Ello no puede excluir que se garantice el respeto por su entorno y se asegure la protección tanto de su cuenca como de sus ecosistemas así como de los recursos naturales que entraña.

El Magdalena, como se ha pedido para el río Cauca, necesita de políticas públicas que involucren en serio a las autoridades ambientales, a las regiones que hacen parte de su área de influencia y a las comunidades que viven a su alrededor. Si las causas del daño a su medio ambiente no cesan, los vaticinios se cumplirán y el punto de no retorno será inevitable. ¿Será que Colombia no es capaz de reaccionar ante la agonía de su río más emblemático?

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