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Francisco, en Cuba

"Si hay algo que no pasará de largo para Francisco en su visita a Cuba, quizás más en privado que en público, será la reiteración de que se debe mejorar la situación de derechos humanos, la más grave de las asignaturas pendientes del régimen".

21 de septiembre de 2015 Por:

"Si hay algo que no pasará de largo para Francisco en su visita a Cuba, quizás más en privado que en público, será la reiteración de que se debe mejorar la situación de derechos humanos, la más grave de las asignaturas pendientes del régimen".

La visita del papa Francisco a Cuba debería significar una novedad. No lo es tanto. Hoy puede decirse que, una vez más, un pontífice llega a La Habana, como ha sucedido en tres oportunidades en los últimos diecisiete años.Eso sí, más allá del registro estadístico o de lo que se ha ido convirtiendo en una costumbre, las expediciones a la isla de Juan Pablo II, Benedicto XVI y, ahora, Jorge Bergoglio, han resultado mucho más incidentales en la marcha de Cuba de lo que quizás hubiera deseado el ala más dura de la revolución cubana, esa misma que hace 40 años, en 1975, declaró el ateísmo oficial en la primera constitución socialista de esa nación.Por supuesto que mucha agua ha pasado bajo los puentes que, de todas maneras, han mantenido el Vaticano y La Habana. De hecho, los dos Estados nunca rompieron relaciones desde que las entablaron hace casi 80 años y la Santa Sede siempre tuvo un representante diplomático en Cuba, incluso en esos momentos de práctica ilegalización de todas las iglesias, comenzando por la de Roma.Que ahora son otros tiempos, lo demuestra el hecho de que es la cúpula del castrismo, comenzando por Fidel y su hermano Raúl, la que agradece los buenos oficios de Francisco para encarrilar las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, aparte de abrir la esperanza a que pronto llegue el fin del bloqueo económico que golpeó al pueblo cubano y a la vez sirvió de bandera al castrismo para mantener su régimen.A partir de ese antecedente, y con base en su carácter de estadista, la presencia del Papa en Cuba tiene, como en otras latitudes, un fondo no solo pastoral sino quizás más que eso, político. Y, en consecuencia, dejará efectos en ese sentido. Porque así como sus antecesores lo consiguieron (la visita de Juan Pablo II en 1998 significó un nuevo aire que terminó por normalizar las actividades religiosas), Francisco no será la excepción. Aunque esta vez con propósitos más audaces, como los que el Papa definió en su discurso de arribo a la capital cubana: “Justicia, paz, libertad y reconciliación”.Incluso fue más allá al declarar que no olvida a todos aquellos cubanos que “no podrá ver”, alusión directa a quienes militan en una oposición que no tiene las más mínimas garantías para el ejercicio de la misma. Claro que la agenda incluye nuevas conversaciones sobre el desmonte del bloqueo y otro asunto de monta: el medioambiental. Pero si hay algo que no pasará de largo para Francisco, quizás más en privado que en público, será la reiteración de que se debe mejorar la situación de derechos humanos, la más grave de las asignaturas pendientes del régimen.Atreverse a decir que la presencia del Papa va a generar efectos inmediatos en esas urgentes y necesarias transformaciones, es apresurado. Pero por encima de eso ya hay un hecho ineludible: el Vaticano ha sabido elaborar, con tanta paciencia como acierto, un trabajo de filigrana para sacar a Cuba del aislamiento. Ahora le toca a Cuba, a su gobierno, salir de su torre absolutista para hablarle con hechos a su pueblo sobre justicia, paz, libertad y reconciliación. ¿Será posible?

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