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El peor protagonista

A lo largo del año, cada semana, las denuncias de actos de corrupción se aparecieron en el camino de los colombianos. Fue el protagonista de la vida nacional que reclama decisiones para impedir que destruya la confianza en Colombia.

26 de diciembre de 2017 Por: Editorial .

A lo largo del año, cada semana, las denuncias de actos de corrupción se aparecieron en el camino de los colombianos. Fue el protagonista de la vida nacional que reclama decisiones para impedir que destruya la confianza en Colombia.

El fenómeno no es nuevo y ataca todos los rangos de la actividad pública y privada. Pero en el 2017 fue destapado como una especie de cáncer que tocó las más altas esferas de la Justicia, precisamente la entidad destinada a castigar las conductas antisociales y de guiar con sus fallos y actuaciones el comportamiento de la sociedad.

Ésa, la encargada de crear valores y proteger la ética pública de los afanes de riqueza o de los abusos de poder, vio cómo integrantes de las Cortes más altas eran acusados de usar sus cargos para beneficiar congresistas, funcionarios o particulares a cambio de dinero. Fueron unos pocos jueces de los miles que deben administrar el servicio público que debe resolver los conflictos entre los ciudadanos y de estos con el Estado, los que han sido descubiertos hasta ahora.

Pero es enorme el daño que infringieron a la confianza pública. Y aunque se ha producido una reacción para descubrir la trama de los llamados ‘carteles de la toga’ y castigar a los autores y a sus beneficiarios, el daño está hecho. Es como una telenovela de pesadillas que los colombianos viven a diario con indignación creciente, mientras sus protagonistas se defienden usando los artículos e incisos que ellos tuvieron a su disposición para cumplir el deber de prestar un servicio a su Nación.

Pese a su gravedad, el de la Justicia no es el único aspecto de la vida social afectado por la corrupción. Se destapó también la enorme pesadilla de la empresa Odebrecht que durante varios años tocó extensos sectores de la contratación estatal y de la actividad pública. Congresistas, funcionarios, campañas presidenciales, entidades del sector financiero, fueron tocados de una u otra manera por una multinacional que a lo largo del continente consiguió socios y usó la chequera inmoral para ser favorecida con contratos, concesiones y prebendas que aún están por descubrirse en todas sus proporciones.

Y están los descubrimientos casi diarios de la Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría sobre actos dolosos para asaltar las finanzas públicas o apropiarse de los bienes de todos los colombianos. Son los delitos cometidos por organizaciones, personas y funcionarios que se roban los recursos de la salud, de la alimentación escolar, de la construcción de empresas gigantescas como la refinería de petróleo en Cartagena o los contratos de obras públicas en la Nación, los municipios y departamentos.

La lista es enorme y así debería ser la indignación de la sociedad para reclamar castigo a la conducta que más daño le hace a Colombia. La corrupción, además del gran protagonista del año que termina, debería ser también la razón de ser de una reacción social para recuperar la ética y los valores. En ellos está la clave para tener una Nación que confía en sus dirigentes y respalda a las instituciones creadas para administrar el tesoro nacional y garantizar la fe pública.

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