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El No de Hungría

De lo que no debe haber duda es que la tarea de prevención y aislamiento va en serio. Así lo indican las cortinas de alambradas y el muro de 175 kilómetros en la frontera con Serbia, con que Hungría ha logrado obligar a la última generación de migrantes para que elija otros destinos.

4 de octubre de 2016 Por:

De lo que no debe haber duda es que la tarea de prevención y aislamiento va en serio. Así lo indican las cortinas de alambradas y el muro de 175 kilómetros en la frontera con Serbia, con que Hungría ha logrado obligar a la última generación de migrantes para que elija otros destinos.

El gobierno del primer ministro húngaro Víktor Orbán llamó “gran victoria” la derrota a su propuesta. El referendo en el que pretendía alcanzar el aval para desacatar las cuotas de migrantes asignadas por la Unión Europea, naufragó por falta de participación. Las razones de la celebración de Orbán merecen mucha atención. Guiada por el jefe de su gobierno, Hungría se dirige a constituirse en factor de perturbación de los principios fundacionales de la UE. Con un agravante: no está solo en esos propósitos sino que marca el paso hacia un destino en el cual también están sus homólogos de Polonia, Eslovaquia y República Checa. Es el llamado Grupo de Visegrado (V4), que conforma una corriente de imposiciones. Así lo demuestran las interpretaciones coincidentes que hacen de la actual oleada migratoria que desembarca en Europa, proveniente de Siria, del Oriente Medio en llamas y del África subsahariana, golpeados todos por las guerras la miseria y a desesperanza. Ahora, lo que antaño fue una posición de rechazo a la comunidad gitana ha encontrado en quienes buscan refugio la mejor disculpa para la segregación. Ya sea por decreto en las escuelas o en el terreno laboral y en las condiciones de vida, los inmigrantes están expuestos a vivir en un mundo aparte. Como igual se incursiona, desde Budapest y Varsovia, en la discriminación de la población Lgtbi, con argumentos de tinte religioso que pertenecen al oscurantismo.Por supuesto, sería necio negar que esos países, y especialmente Hungría, han pagado un alto precio por el abordaje de millares de personas que llegaron en los últimos años huyendo de la guerra. A eso hay que sumar el político que significa el tener que desviar recursos destinados a sus naciones para poder atender el drama de quienes buscan un lugar dónde reconstruir sus vidas. Ese mismo que hoy paga Alemania y el que quieren evitar Orbán y sus colegas.De lo que no debe haber duda es que la tarea de prevención y aislamiento va en serio. Así lo indican las cortinas de alambradas y el muro de 175 kilómetros en la frontera con Serbia, con que Hungría ha logrado obligar a la última generación de migrantes para que elija otros destinos. Como tampoco sorprenden ni el tono ni el fin de la pregunta que los húngaros debían responder el domingo: “¿Quiere que la UE pueda decidir, sin el consentimiento del Parlamento, sobre el asentamiento obligatorio de ciudadanos no húngaros en Hungría?”. La respuesta fue la derrota, al no alcanzar el umbral del 50% que exigen las normas. La votación apenas llegó al 40% del censo electoral. Orbán sabe que el 98% de los votantes que votaron ‘No’ refleja una tendencia, por lo cual no tendrá contemplación para sacarlo avante en un Parlamento fiel a su conducción.Es la progresiva consolidación de la xenofobia y el autoritarismo, que en el caso de Polonia y del resto del grupo Visegrado es palpable. Un regreso que, además de encontrar eco en las propuestas populistas que vuelven a aparecer en el Viejo Continente, se empieza a transformar en enemigo a temer en la comunidad internacional.

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