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El juicio a Dilma

La señora Rousseff se prepara para el primer asalto de un largo combate que empieza con diez sesiones en las que deberá defenderse ante la comisión encargada de juzgarla. Pero los brasileños se preguntan si ella es la única que debe sentarse en el banquillo, acusada de maniobras fiscales irregulares para ajustar las cuentas de su Gobierno en 2015.

9 de diciembre de 2015 Por:

La señora Rousseff se prepara para el primer asalto de un largo combate que empieza con diez sesiones en las que deberá defenderse ante la comisión encargada de juzgarla. Pero los brasileños se preguntan si ella es la única que debe sentarse en el banquillo, acusada de maniobras fiscales irregulares para ajustar las cuentas de su Gobierno en 2015.

El proceso de destitución en el que acaba de ser incursa la presidenta Dilma Rousseff aumenta la incertidumbre en el Brasil. Aunque todavía no pone en riesgo la estabilidad de ese país, sí es consecuencia del mayor de los cánceres contemporáneos de la sociedad: la corrupción.Por ahora no puede decirse que la primera mujer al mando en la historia de esa nación deberá abandonar anticipadamente su cargo. No obstante, ni siquiera sus más cercanos colaboradores descartan esa posibilidad. Tanto analistas como redes sociales arrojan un cerrado 50/50 de pronósticos sobre la suerte de Dilma.Muy diferentes en cambio son las proporciones de las cifras que hablan de la realidad que experimenta un gigante venido a menos. La economía anda cada vez peor y un desempleo del veinte por ciento ya afecta a los jóvenes, en una sociedad en la cual ellos son grandes protagonistas. Por eso es preocupante que su Presidenta tenga apenas el respaldo de uno de cada diez de sus compatriotas.La señora Rousseff se prepara para el primer asalto de un largo combate que empieza con diez sesiones en las que deberá defenderse ante la comisión encargada de juzgarla. Pero los brasileños se preguntan si ella es la única que debe sentarse en el banquillo, acusada de maniobras fiscales irregulares para ajustar las cuentas de su Gobierno en 2015.Heredera de la hegemonía del Partido de los Trabajadores y de su máximo representante, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, Dilma sabe que lo suyo será, además, un juicio político. En él, deberá asumir responsabilidades que en su momento y más en el actual han sabido eludir tanto esa colectividad como su antecesor. Y aunque ambos, Lula da Silva y el PT, pueden terminar a la larga enjuiciados por asuntos más graves que el que ahora tiene a la Presidenta en la antesala de un proceso que puede terminar mal, ese es el precio que debe pagar la mandataria por una historia de cuentas poco claras y relaciones non sanctas de la izquierda brasileña que desperdició la oportunidad que le dio el pueblo. Ahora es el Congreso el que tiene en sus manos administrar justicia, aunque sería mejor decir que es ese cuerpo legislativo quien tiene la última palabra.Porque, sin descalificar la comparecencia de Dilma para que responda ante los señalamientos de que es objeto, la duda también cubre a su acusador. Es Eduardo Cunha, el presidente del Congreso, el encargado de poner a la Presidenta en terrenos de un juicio que deja mal sabor y quien también fue objeto de sospechas por corrupción. Cunha es un malabarista experto en evadir la ley. Su paso por Petrobras, y el descubrimiento de sus cuentas en Suiza, son sólo una parte del prontuario de quien busca juzgar a la Presidenta, y ya ha dictado parte de una sentencia que marcará por siempre a Brasil. Es el asomo de lo que pretende hacer una clase política dispuesta a todo con tal de evadir su responsabilidad en la crisis de Brasil.Esta vez por cuenta del Partido de los Trabajadores que juró sacar al país de la desigualdad, proyectarlo en el escenario internacional y gobernarlo con transparencia. Claro está, en vano.

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