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El fuego arrasador

"Lo fácil es achacarle la culpa de los incendios forestales al fenómeno de El Niño, con su consecuente sequía y el incremento de las temperaturas. Pero ese enemigo que comienza silencioso y termina convertido en un monstruo de tamaño descomunal nace, en el 99% de los casos, en las manos de los colombianos que por descuido o con intención criminal lo prenden y lo avivan".

12 de septiembre de 2015 Por:

"Lo fácil es achacarle la culpa de los incendios forestales al fenómeno de El Niño, con su consecuente sequía y el incremento de las temperaturas. Pero ese enemigo que comienza silencioso y termina convertido en un monstruo de tamaño descomunal nace, en el 99% de los casos, en las manos de los colombianos que por descuido o con intención criminal lo prenden y lo avivan".

Las llamas que devoran las montañas hacen parte por estos días del paisaje de Cali y el Valle. A la penosa postal, que se convierte en desolación tras horas o días de lucha para extinguir el fuego, le seguirá una recuperación que tardará hasta 30 años para devolverle esa verde intenso y de demostración de vida que distinguen a la región.Lo anterior será posible siempre y cuando la historia no se repita en los próximos meses o años, porque entonces la cuenta regresiva de la reparación natural deberá comenzar de nuevo. Peor aún, el daño será irremediable si esas conflagraciones llegan con su poder arrasador hasta donde viven los pobladores, devoran sus bienes, amenazan su integridad o acaban con sus vidas.La situación va del riesgo al drama con cada día que pasa de este verano cada vez más intenso: en Cali se presentan hasta ocho incendios diarios, para un total de 866 en este año y 470 hectáreas arrasadas. En las cordilleras que atraviesan el departamento, sobre todo en la Occidental, las llamas han destruido 1.360 hectáreas y en todo el país ya se suman 68.000 hectáreas afectadas.Lo fácil es achacarle la culpa al fenómeno de El Niño, con su consecuente sequía y el incremento de las temperaturas. Pero ese enemigo que comienza silencioso y termina convertido en un monstruo de tamaño descomunal nace, en el 99% de los casos, en las manos de los colombianos que por descuido o con intención criminal lo prenden y lo avivan. Son esas manos las que han provocado tragedias como la que devoró durante cinco días 500 hectáreas de lomas y bosques en Dapa, una reserva incalculable de oxígeno para la región.En la gente es donde se debe enfocar en principio la lucha contra las llamas, una pelea más dura aún que aquella que se debe dar contra las lenguas impredecibles del fuego. A todos se les pide prudencia en esta época para que no quemen basuras, dejen encendidas las hogueras, boten vidrios en las zonas verdes o arrojen colillas de cigarrillos. ¿Pero cómo se educa a aquellos que, por ejemplo, ven en los incendios la oportunidad de arrasar montes y bosques, después como una casualidad ocupar los terrenos y construir viviendas ilegales?En quienes adelantan esas acciones es donde deben poner los ojos las autoridades así como las comunidades, que al final son las afectadas. La colaboración ciudadana, la inmediatez en las notificaciones y la solidaridad son esenciales para impedir que los incendios forestales sigan siendo el paisaje diario que ven caleños y vallecaucanos. Lo otro es garantizar las herramientas suficientes para que los Cuerpos de Bomberos y organismos de socorro estén en capacidad de atender situaciones tan complejas como impredecibles.Lo que hoy se vive por cuenta de los incendios es una emergencia ambiental de grandes y crecientes proporciones, que puede convertirse en catástrofe de alargarse el verano como está previsto y si se le sigue mirando con indiferencia. A ello hay que hacerle frente con decisión y recursos para salvar esas riquezas naturales que tanto se necesitan, pero ante todo para proteger la integridad y la vida de los colombianos.

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