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El falso dilema

"Quizás el gran lastre de Colombia ha estado en la violencia y las limitaciones del Estado para enfrentarla, debido a una inexplicable tendencia de la sociedad a convivir con ella".

11 de enero de 2012 Por:

"Quizás el gran lastre de Colombia ha estado en la violencia y las limitaciones del Estado para enfrentarla, debido a una inexplicable tendencia de la sociedad a convivir con ella".

No terminan de aparecer las reacciones frente al sorpresivo despliegue que realizó el grupo denominado Los Urabeños, que afectó tres departamentos y varias ciudades del país. Reconociendo que el Gobierno y la Fuerza Pública reaccionaron con la prontitud y la firmeza requeridas, el hecho volvió a desnudar la fortaleza con que aún cuentan los grupos ilegales para desafiar al Estado y tratar de imponer sus designios. Quizás el gran lastre de Colombia ha estado en la violencia y las limitaciones del Estado para enfrentarla, debido a una inexplicable tendencia de la sociedad a convivir con ella. Eso explica en gran parte la existencia de grupos guerrilleros que si en un principio se inspiraron en una ideología y eran apoyados desde el exterior, hoy son rezagos que sobreviven de sus hechos criminales donde no existe ningún contenido político, salvo los recursos retóricos de sus cabecillas y la explotación inmisericorde de los secuestrados en su poder. Esa tendencia dio pie a una actitud absurda: la de tratar de ignorar que esas conductas destruían la convivencia y se convertían en los grandes enemigos de la vida y el progreso. Al creer que si se desconocía el problema de la violencia no existía, surgieron múltiples formas de criminalidad mientras se limitaba el tamaño y la capacidad del Estado para combatirlas como corresponde. Y después, a buscar en el diálogo y las excepciones a la ley la fórmula mágica para desarmar a quienes crean organizaciones criminales de tamaños enormes con las cuales imponen dominios territoriales, económicos y hasta políticos, en las propias barbas de las instituciones legítimas. A fuerza de decepciones y de no poca sangre de inocentes y valientes servidores públicos, Colombia entendió que la criminalidad sólo genera más violencia y es capaz de llegar a límites insospechados cuando logra fuentes de financiación como el narcotráfico. Y sólo se destruye enfrentándola con los recursos que ofrece la ley. Por eso, a partir del 2002, la Seguridad Democrática hizo posible que los colombianos recobraran la fe en sus instituciones, en la prosperidad y en la confianza. Pero el esfuerzo por recuperar el espacio para la legalidad aún no termina. Y si bien las autoridades logran avances importantes, en ciertos sectores aún parece que la violencia es un asunto de la Fuerza Pública y no de toda la sociedad. Incluso en muchas partes es notoria la persistencia en convivir con la ilegalidad, de reconocerles legitimidad y callar ante los ejércitos de destrucción que ahora califican como Bandas Criminales, mientras la Justicia se queda corta en su papel de castigar como corresponde a los delincuentes. Respeto y acatamiento al orden jurídico en todo el territorio colombiano versus el desafío permanente de quienes usan las armas para imponer sus imperios del terror y apropiarse de la riqueza nacional. Lo ocurrido con los criminales arropados bajo el nombre de Los Urabeños fue la última de las expresiones de un falso dilema que le ha costado a Colombia su tranquilidad, sus opciones de progreso y miles de vidas sacrificadas de manera inútil.

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