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El drama de Buenaventura

"Para qué citar cifras, si ya son suficientemente conocidas. Para qué referirse a los múltiples estudios y a la infinidad de diagnósticos sobre qué hacer para rescatar a Buenaventura y a su gente, si todo parece caer en los oídos sordos que no permiten llevar el progreso y tomar decisiones para derrotar la ilegalidad, construyendo el progreso que demandan los colombianos que habitan el Litoral Pacífico colombiano".

11 de febrero de 2014 Por:

"Para qué citar cifras, si ya son suficientemente conocidas. Para qué referirse a los múltiples estudios y a la infinidad de diagnósticos sobre qué hacer para rescatar a Buenaventura y a su gente, si todo parece caer en los oídos sordos que no permiten llevar el progreso y tomar decisiones para derrotar la ilegalidad, construyendo el progreso que demandan los colombianos que habitan el Litoral Pacífico colombiano".

Ya parecen agotarse las palabras para referirse o narrar el terrible drama que viven los habitantes de Buenaventura y su impotencia para lograr que cambien las circunstancias, marcadas por el abandono secular del Estado que persiste en ignorar sus enormes ventajas comparativas y concentrarse en decisiones de corto plazo, casi todas referidas a tratar de controlar, sin éxito, la arremetida de la violencia.Cuando se habla de empleo, Buenaventura está en los últimos lugares; cuando se menciona la educación, las noticias tienen que ver con los escándalos producidos por quienes desde las entidades municipales o desde las agencias del gobierno departamental y municipal montaron el negocio de los estudiantes ‘fantasma’, 37.000 supuestos niños y jóvenes que sólo existen en los informes que se utilizan para cobrar los subsidios. Por supuesto, hay que hacer referencia a la ausencia de una educación superior capaz de formar profesionales con habilidades y aptitudes para desarrollar y explotar riquezas como la pesca en el mar del Pacífico que en otras latitudes, en casi todo el mundo, es fuente de riqueza y de progreso.Y qué decir del enorme desprestigio de las instituciones municipales, verdaderos cotos de caza a merced de quien gane unas elecciones y se dedique sólo a satisfacer la voracidad clientelista y la corrupción rampante. También hay que referirse al lamentable estado de la Salud Pública, en ruinas y sin capacidad de atender a los habitantes de una de las regiones más pobres de Colombia y con mayor índice de enfermedades. Frente a ese estremecedor cuadro, el Estado se limita a destacar la capacidad y la eficiencia de los puertos establecidos en la primera ciudad del Pacífico colombiano y la segunda del Valle, operados todos por empresas privadas. Y fuera de los esfuerzos por cerrar las venas rotas de la educación, la oferta se reduce a programas asistencialistas, mientras la carretera que une a Buenaventura con el interior de Colombia sigue siendo casi una quimera.Por eso, la gran noticia sigue siendo la violencia desgarradora que se asentó allí, adquiere formas cada vez más atroces y ya produce desplazamientos de un barrio a otro, mientras el obispo Héctor Epalza debe levantar su voz casi solitaria para clamar justicia. Es la actividad promovida por bandas criminales que sí están decididas a explotar las ventajas comparativas de una ciudad prisionera del abandono, donde el narcotráfico genera terror y venganza. A esa población, estremecida por el horror que camina por sus calles, sólo se le ofrece como única solución la presencia de la Fuerza Pública que en forma abnegada trata de controlar la temible amenaza.Para qué citar cifras, si ya son suficientemente conocidas. Para qué referirse a los múltiples estudios y a la infinidad de diagnósticos sobre qué hacer para rescatar a Buenaventura y a su gente, si todo parece caer en los oídos sordos que no permiten llevar el progreso y tomar decisiones para derrotar la ilegalidad, construyendo el progreso que demandan los colombianos que habitan el Litoral Pacífico colombiano.

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