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El cambio en Egipto

Mursi se encuentra ante un dilema: demostrar que profesar la fe musulmana no es un impedimento para gobernar un Estado respetando la libertad y los derechos humanos, lo que tendría un influjo muy positivo en el mundo árabe, o probar que el islamismo es incompatible con el sistema democrático moderno, lo que daría al traste con el movimiento de la Primavera Árabe.

29 de junio de 2012 Por:

Mursi se encuentra ante un dilema: demostrar que profesar la fe musulmana no es un impedimento para gobernar un Estado respetando la libertad y los derechos humanos, lo que tendría un influjo muy positivo en el mundo árabe, o probar que el islamismo es incompatible con el sistema democrático moderno, lo que daría al traste con el movimiento de la Primavera Árabe.

Mohammed Mursi, un calmado ex profesor de la Universidad de California, donde se graduó como ingeniero, es el nuevo presidente de Egipto.Su elección, tras un accidentado proceso electoral que realizó dos vueltas en tres meses y cuyo conteo de votos se demoró dos semanas, fue producto de un triunfo electoral estrecho: obtuvo el 51,73% de los votos, enfrentando a un antiguo ministro de la dictadura del depuesto Hosni Mubarak y reconocido general de la Fuerza Aérea, Ahmed Shafiq.Mursi, líder del Partido Justicia y Libertad, también fue miembro del Consejo Consultivo de la Hermandad Musulmana, un organizado y fuerte movimiento islamista que se mantuvo en la ilegalidad durante el gobierno de Mubarak. Aunque renunció a ese Concejo antes de las elecciones, nadie duda de su compromiso islámico ni de su fe musulmana.Así, una de las razones esgrimidas por Mubarak para permanecer durante tanto tiempo en el poder, se hizo realidad: “Estoy cansado de gobernar Egipto (…) Pero si renuncio, habrá caos. Y me temo que la Hermandad Musulmana tomará el poder”, se quejaba Hosni Mubarak en febrero de 2011. Desde luego, Mursi es muy consciente de esta preocupación.Por eso, aunque ha prometido que su gobierno no se regirá por la sharia, o ley islámica, que respetará los tratados internacionales que egipcio ha firmado y que “gobernará para todos los egipcios y no sólo para la Hermandad Musulmana”, su ascensión al poder no deja de generar preocupaciones en países como Israel y Estados Unidos.Pero lo cierto es que la Hermandad Musulmana en Egipto no es un movimiento monolítico, sino una unión de diversas tendencias, algunas civilistas, otras religiosas, las más moderadas, las menos radicales. Mursi, hasta donde es posible saberlo, se ha encajado en las corrientes civilistas y moderadas de la Hermandad, de donde surgió como candidato en reemplazo del más opcionado, tras conocerse que Jairat al Shater, un empresario millonario y uno de los líderes de los Hermanos Musulmanes, podía ser vetado de participar en las elecciones. Adicionalmente, aunque la Hermandad había ganado la mayoría en el Parlamento, en elecciones previas a la presidencial, éste fue disuelto por el Concejo Electoral, por lo que está pendiente una nueva elección, en la que se decidirá la gobernabilidad de Egipto.Mursi se encuentra ante un dilema: demostrar que profesar la fe musulmana no es un impedimento para gobernar un Estado respetando la libertad y los derechos humanos, lo que tendría un influjo muy positivo en el mundo árabe, o probar que el islamismo es incompatible con el sistema democrático moderno, lo que daría al traste con el movimiento de la Primavera Árabe.Tiene al frente una tentación y también un dique de contención. La primera, Irán y la propia Hermandad Musulmana, que constantemente le recordarán sus obligaciones como hombre de fe. Y el segundo, el Ejército egipcio, en el que rigen principios laicos y que está ligado al poder en el país desde siempre.Hay que desearle suerte a Mursi, para que prevalezca su moderación y civilismo, de tal forma que pierda la tentación y no sea necesario el dique de contención.

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