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Diplomacia y medio ambiente

"Al estampar su firma, Colombia se comprometió ante el mundo a proteger los recursos naturales de la depredación y el abuso. Resulta paradójico que mientras firma el Protocolo de Nagoya, la realidad muestra cómo crece la depredación de sus ecosistemas".

5 de febrero de 2011 Por:

"Al estampar su firma, Colombia se comprometió ante el mundo a proteger los recursos naturales de la depredación y el abuso. Resulta paradójico que mientras firma el Protocolo de Nagoya, la realidad muestra cómo crece la depredación de sus ecosistemas".

Colombia fue el primer país en firmar el Protocolo de Nagoya. En el papel todo se puede. Habrá que esperar a que 50 naciones más lo ratifiquen para que entre en vigencia. Y pedir que no se convierta en otra decepción como el hasta ahora fallido Protocolo de Kyoto. El texto del protocolo que salió de la reunión sobre diversidad biológica realizada en Japón, pretende regular el uso del material genético obtenido de los ecosistemas. Y proteger los conocimientos que sobre sus propiedades han adquirido ancestralmente las comunidades. Con ello se obliga a pedir permiso a los Estados para beneficiarse de las riquezas que brinda la naturaleza y que quienes quieran utilizarlas paguen por ello. Así se garantizaría un uso sostenido de los recursos, y naciones como Colombia podrían reinvertir esos ingresos en la protección de su medio ambiente. Al estampar su firma, Colombia se comprometió ante el mundo a proteger los recursos naturales de la depredación y el abuso. Resulta paradójico que mientras firma el Protocolo de Nagoya, la realidad muestra cómo crece la depredación de sus ecosistemas. El ejemplo está en los páramos, donde nace el 90% de las fuentes de agua que riegan al país y donde habitan 4.700 especies de plantas, 70 clases de mamíferos, 87 de anfibios y unas 154 de aves. Aunque son fuente de vida, los páramos colombianos están afectados por la explotación minera, que ocupa un 7% de su territorio, por los incendios que acaban con su capa vegetal y por el impacto que causa la agricultura, que les roba tierra sin que el Estado actúe para protegerlos. En el sur del país, incluido el Amazonas, se talaron en los últimos cinco años 14.000 kilómetros cuadrados de bosques y selvas, de los cuales al menos mil fueron reemplazados con cultivos de coca. Una muestra de cómo el medio ambiente colombiano es víctima del poder destructor del narcotráfico y de la contaminación causada por los cultivos ilícitos. Pese a firmar los tratados y expedir leyes profundas, el país no cuenta con políticas públicas para proteger su patrimonio ambiental, el 10% la biodiversidad del mundo. Pero nada distinto sucede en el resto del planeta. Ojalá esta vez no se produzca lo mismo que con el Protocolo de Kyoto, que pretendió comprometer a los Estados a reducir la contaminación producidas por gases. Éste no ha sido ratificado por las mayores emisores de monóxido de carbono. El planeta vive fenómenos naturales que están directamente relacionados con el calentamiento global y el deterioro del medio ambiente, pero la humanidad no parece tomar conciencia de su responsabilidad en lo que sucede. Invierno devastador en Colombia, tormentas de nieve en los Estados Unidos calificadas como las más fuertes en toda su historia, o el tifón Yasi que arrasó con en el noreste de Australia, no son fenómenos gratuitos: son el producto de no aceptar la responsabilidad de proteger la naturaleza de la depredación producida por la especie humana. Ojalá, el protocolo de Nagoya logre conmover la conciencia de los líderes mundiales.

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