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De nuevo, la violencia

De nuevo, la pregunta es qué hacer además de la discusión eterna sobre la restricción al porte de armas. Y cómo lograr que los habitantes de Cali se transformen en aliados de la autoridad para permitir que la convivencia y el respeto derroten a la violencia que se expresa en las riñas donde se impone la ley del más fuerte y la justicia por mano propia, despreciando el valor supremo de la vida como razón de ser de una sociedad civilizada.

24 de septiembre de 2013 Por:

De nuevo, la pregunta es qué hacer además de la discusión eterna sobre la restricción al porte de armas. Y cómo lograr que los habitantes de Cali se transformen en aliados de la autoridad para permitir que la convivencia y el respeto derroten a la violencia que se expresa en las riñas donde se impone la ley del más fuerte y la justicia por mano propia, despreciando el valor supremo de la vida como razón de ser de una sociedad civilizada.

Pese a los esfuerzos por controlar la violencia que se expresa en las tasas de homicidios, Cali sigue siendo golpeada por el incremento de esa estadística del terror. Lo que demanda un análisis crítico de lo que está ocurriendo para poder ponerle freno a esa dramática tendencia que contradice el espíritu abierto y amable de los caleños.A todo el mundo le preocupa tener que registrar un aumento del 17% en el número de homicidios cometidos en la capital del Valle en el primer semestre del presente año, comparado con el mismo período del 2012. Es lo que indican las cifras del Observatorio Social de la Alcaldía, por lo cual no es un asunto de discutir cuál es la suma acertada sino de impedir que se sigan destruyendo vidas y familias. Más aún, cuando los fines de semana en especial siguen arrojando resultados que dejan una sensación de impotencia y afectan la confianza de los ciudadanos.Siempre se ha discutido si el desarme es necesario para enfrentar el desafío. Por supuesto que lo es, en la medida en que el 89% de los casos de sangre, es decir de muertes y heridas, son causadas con armas de fuego. Y aunque no todas son ocasionadas con armas debidamente amparadas, es claro que la restricción envía un mensaje, el de que el monopolio está a cargo del Estado, como ordena la Constitución Nacional. Lo contrario es dar a entender que las instituciones son incapaces de cumplir esa misión, permitiendo también que se mezclen armas con licor y dando paso a los dramas que ya se han vuelto comunes en la ciudad. Por eso hay que superar la discusión y reclamarle al Gobierno Nacional que ordene las restricciones que sean necesarias. Pero no es la única medida. Se sabe también que en Cali se han concentrado toda suerte de grupos delincuenciales, en especial dedicados al narcotráfico en todas sus formas, lo que a su vez ha generado frecuentes guerras y venganzas en las cuales mueren los integrantes de las bandas. Como también es conocida la existencia de las llamadas oficinas de cobro, eufemismo que califica a las tenebrosas bandas de sicarios encargadas de ajustar cuentas y de asesinar por dinero o cualquier otra razón.Y está también la intolerancia que crece en los barrios marginales ante la precaria presencia del Estado. Es lo que da paso a la creación de pandillas que asumen el control de esas comunas e imponen la ley de la violencia. Ya sea por causas que pueden adjudicarse a las limitaciones económicas de la autoridad municipal para llegar a esas zonas con justicia, autoridad y soluciones de carácter social, lo cierto es que la delincuencia ha logrado imponer sus métodos, así la Policía Metropolitana haga esfuerzos enormes por combatirlas. De nuevo, la pregunta es qué hacer además de la discusión eterna sobre la restricción al porte de armas. Y cómo lograr que los habitantes de Cali se transformen en aliados de la autoridad para permitir que la convivencia y el respeto derroten a la violencia que se expresa en las riñas donde se impone la ley del más fuerte y la justicia por mano propia, despreciando el valor supremo de la vida como razón de ser de una sociedad civilizada.

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