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Correa y el Papa

"Como hábil político, Rafael Correa sabe que una visita papal, tal cual ha sucedido en otras partes del mundo en la historia contemporánea, suele ser un tubo de escape, sobre todo en situaciones como las que hoy vive Ecuador".

22 de junio de 2015 Por:

"Como hábil político, Rafael Correa sabe que una visita papal, tal cual ha sucedido en otras partes del mundo en la historia contemporánea, suele ser un tubo de escape, sobre todo en situaciones como las que hoy vive Ecuador".

La agitación política que hoy envuelve a Ecuador promete ir más allá de la inminente visita del papa Francisco a ese país. Es claro que los dos hechos, la turbulencia interna que ha puesto a prueba la capacidad de maniobra del presidente Rafael Correa y la presencia del máximo jerarca de la Iglesia Católica en el vecino país, son causa y efecto recíprocos, al menos desde la perspectiva del palacio de Carondelet.Correa ha decidido retirar, temporalmente, las dos iniciativas punta de lanza de su gobierno con las que pretende de manera desesperada dar con recursos que permitan suplir el agujero cada vez más grande que en la economía ecuatoriana deja la caída de los precios internacionales del petróleo. Otra cosa es que con un discurso entre social y demagógico, el mandatario pretenda hacer ver en las leyes en curso sobre impuestos a las herencias y a la plusvalía inmobiliaria, una panacea para cerrar la desigualdad que existe en el seno de su sociedad.Resulta curioso que Correa eche reversa en un tema definitivo para el futuro inmediato de Ecuador. Sus mayorías parlamentarias, su carácter y su popularidad parecían bastarle para salir victorioso. Mucho de eso podría ser más percepción que realidad. Su discurso sobre que los dos proyectos apenas afectan al 2% de la población ha sido refutado tanto en los centros de estudio y de debate, como en las calles, Especialmente en estas últimas, donde pocos creen que grabar en un 45% a quienes reciben una herencia desde los US$34.500 (unos $85 millones) sea la forma de golpear a los grandes capitales sin llevarse por delante derechos de la clase media y sectores populares.Como hábil político, Rafael Correa sabe que una visita papal, tal cual ha sucedido en otras partes del mundo en la historia contemporánea, suele ser un tubo de escape, sobre todo en situaciones como las que hoy vive Ecuador. Por eso ha puesto en la nevera las polémicas leyes, lo que no garantiza que las aguas vuelvan a su cauce, aunque el comportamiento de las manifestaciones a favor y en contra del gobierno ha estado marcado por el orden. El propio Correa ha pasado en las últimas horas de retar y descalificar a la oposición a propender por diálogo y consensos, sin dejar de citar la existencia de un supuesto complot para derrocarlo.Cuando Francisco ponga fin a su visita a Ecuador, más allá de un mensaje en el que muy probablemente hablará sobre el valor de las libertades, incluidas las de opinión y prensa, esa nación volverá a su cotidianidad. Entonces emergerá de nuevo, además de herencias y plusvalías, una convulsa agenda de la que, junto al alto costo de vida, forman parte maestros afectados por la intervención estatal en la administración de sus fondos; quejas de los habitantes de Galápagos, afectados en sus remuneraciones por otra decisión presidencial; sindicatos en pie de lucha, entre otros problemas por resolver. Ahí, Rafael Correa debería entender que es el Presidente de todos los ecuatorianos y no solo de quienes considera sus aliados.

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