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Contra la cultura

En realidad, esta nueva versión del oscurantismo arrasa con mucho más: se lleva por delante tesoros que testimonian el paso de la humanidad. Son testimonios de la diversidad y de las interpretaciones del mundo. Ya sucedió con los Budas de Bamiyán, en Afganistán, destruidos por la furia de los talibanes y resucitados por jóvenes artistas como única forma de reparación.

9 de marzo de 2015 Por:

En realidad, esta nueva versión del oscurantismo arrasa con mucho más: se lleva por delante tesoros que testimonian el paso de la humanidad. Son testimonios de la diversidad y de las interpretaciones del mundo. Ya sucedió con los Budas de Bamiyán, en Afganistán, destruidos por la furia de los talibanes y resucitados por jóvenes artistas como única forma de reparación.

Tras las espantosas imágenes de las ejecuciones de decenas de centenares de hombres y mujeres de diversas culturas y nacionalidades, el mundo creía haberlo visto todo sobre la intención del Estado Islámico y los alcances de los yihadistas que se arropan con su bandera de muerte. Está claro que eso no es todo. El nuevo capítulo de estos hunos modernos que tiene perplejo al mundo entero. Se trata de la destrucción y el saqueo de monumentos culturales que soportaron el paso del tiempo en lo que hoy es la frontera entre Siria e Iraq y que se remontan, en algunos casos, a más de 2500 años. La información es muy parcial y los efectos de los daños tardarán en conocerse por cuanto el terror del Estado Islámico mandan ahí, por ahora. Los videos publicados por ellos mismos en los que con taladros, pica y pala en mano, además de maquinaria pesada, destrozan y echan abajo los testimonios vivos de la cultura humana, hablan a las claras de que el daño es infinito e irreversible. “Están borrando nuestra historia”, se quejan los arqueólogos iraquíes. En realidad, esta nueva versión del oscurantismo arrasa con mucho más: se lleva por delante tesoros que testimonian el paso de la humanidad. Son testimonios de la diversidad y de las interpretaciones del mundo. Ya sucedió con los Budas de Bamiyán, en Afganistán, destruidos por la furia de los talibanes y resucitados por jóvenes artistas como única forma de reparación.Hay en esos dos intentos de no dejar piedra sobre piedra, el del Estado Islámico y el de los talibanes, la presencia de su fundamentalismo que pretende acabar con imágenes que, dicen ellos, representan “falsos dioses”. Eso no pasa de ser un eufemismo. En verdad, la intención es de borrar de la faz de la tierra a todos aquellos que no coincidan exactamente con su culto y creencias. Y se dice exactamente, porque si alguien ha sido especial víctima de la ferocidad de unos y otros son los seguidores de Alá que interpretan el Corán como una forma de vida y no como instrumento de muerte.Como sucedió con los nazis y sus colecciones de arte fruto de su saqueo en la Segunda Guerra Mundial, un negocio criminal también florece en el Estado Islámico al lado de su política de exterminio. Existe un mercado negro de piezas históricas que ayuda a su sostenimiento. Traficantes en las zonas de guerra y compradores sin escrúpulos en Suiza, Alemania, Reino Unido, Dubai y Qatar constituirían los otros eslabones en la cadena. Es ahí cuando urge una pronta acción de los cuerpos de inteligencia para ubicar y castigar a los responsables. El primer paso para cortarle alas al Estado Islámico es frenar cualquier forma de financiación o abastecimiento. Dicen que la verdad es la primera víctima de la guerra. En este caso sería más exacto afirmar que también lo es la cultura. Al lado de las pérdidas en vidas humanas, la desaparición de las huellas de la historia antigua que presenciamos ahora en Siria e Iraq no tiene precio. Está claro: el Estado Islámico es una amenaza para todos y merece una respuesta de la Comunidad Internacional.

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