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Celebración y tragedia

La pregunta es si el próximo viernes, cuando Colombia enfrenta a Brasil, tendremos que llegar a esos extremos, y seguir castigando con el cierre y la ley seca a los negocios que se esmeraron por ofrecer un mejor servicio a sus visitantes, porque la celebración se convirtió en problema de orden público. O si aprendemos a compartir con alegría y sin agredir a los demás, tan colombianos como quienes gustan de hacer una fiesta por demás justificada.

3 de julio de 2014 Por:

La pregunta es si el próximo viernes, cuando Colombia enfrenta a Brasil, tendremos que llegar a esos extremos, y seguir castigando con el cierre y la ley seca a los negocios que se esmeraron por ofrecer un mejor servicio a sus visitantes, porque la celebración se convirtió en problema de orden público. O si aprendemos a compartir con alegría y sin agredir a los demás, tan colombianos como quienes gustan de hacer una fiesta por demás justificada.

Se acerca el partido de la Selección Colombia con su similar de Brasil, que definirá la clasificación a la semifinal del Campeonato Mundial de Fútbol. Y con esa cercanía crece el temor por lo que pueda ocurrir en las calles de nuestras ciudades, ante el posible triunfo de los compatriotas que han representado con lujo de detalles la divisa nacional.Las preocupaciones no son gratuitas sino la consecuencia de lo que ha ocurrido después de las victorias del combinado. Por supuesto, la euforia es la primera expresión. Es la secuela de un éxito admirable de los seleccionados, que los ha convertido en héroes que encarnan la esperanza de más triunfos. Lo cual resulta inobjetable y motiva la movilización colectiva para celebrar en comunidad lo que es un logro indiscutible de un país amante del balompié.Pero sucede que esa celebración se transforma en desórdenes, caos y en no pocas ocasiones da paso a la tragedia. Eso ocurrió hace varios partidos atrás, ocasionando muertes, lesiones, riñas y miedos, lo que llevó a las autoridades de varios municipios, entre ellos Cali, a tomar medidas que evitaran las consecuencias de la asociación entre celebración y alcohol.Varios muertos se produjeron en Bogotá, Medellín y la capital vallecaucana, además de centenares de riñas en las cuales resultaron múltiples heridos, causadas en su mayor parte por agresiones con harina y espuma a quienes se limitaban a presenciar la supuesta celebración.El pasado sábado, el desmadre aumentó en forma alarmante. A pesar de la ley seca, que perjudicó a miles de negocios que invirtieron en mejorar la atención de quienes los visitaran para presenciar las transmisiones del mundial, y de la prohibición a las motos para circular en la ciudad, los desórdenes crecieron y se produjo la muerte de una persona, atropellada precisamente por una moto. Así, el que Colombia llegara por primera vez a estar entre los primeros ocho equipos del mundial en toda su historia, se transformó en motivo de luto para una familia y en razón de alarma y temor para miles más en toda la ciudad, mientras en Bogotá causó ocho homicidios.Y no se puede acusar a la Policía o a las autoridades municipales de actuar con negligencia. Es que la celebración, o mejor, lo que muchos creen que es una muestra de regocijo, se convirtió en una amenaza desbordada que en muchas zonas no pudo ser controlada. Y que no lo será, salvo que se tomen decisiones drásticas propias de una conmoción interior, como el toque de queda y el uso de los escuadrones anti motines.La pregunta es si el próximo viernes, cuando Colombia enfrenta a Brasil, tendremos que llegar a esos extremos, y seguir castigando con el cierre y la ley seca a los negocios que se esmeraron por ofrecer un mejor servicio a sus visitantes, porque la celebración se convirtió en problema de orden público. O si aprendemos a compartir con alegría y sin agredir a los demás, tan colombianos como quienes gustan de hacer una fiesta por demás justificada. En manos de los caleños y los colombianos en general está la obligación de impedir que la tragedia se tome la celebración.

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