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Brasil y la corrupción

"Nadie puede predecir qué pasará en Brasil como efecto de la política anticorrupción, pero debe servir para mejorar las condiciones sociales del país al recuperar preciosos recursos colectivos que se pierden en la alcantarilla de la inmoralidad".

16 de septiembre de 2011 Por:

"Nadie puede predecir qué pasará en Brasil como efecto de la política anticorrupción, pero debe servir para mejorar las condiciones sociales del país al recuperar preciosos recursos colectivos que se pierden en la alcantarilla de la inmoralidad".

Al cumplir los primeros 100 días de gobierno, la presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, ha demostrado que su gobierno anda por caminos propios e incluso se ha atrevido a tocar temas que fueron de poco interés durante el gobierno anterior. Los medios brasileños resaltan la voluntad de la mandataria por hacer frente a la corrupción. El reconocimiento lo produce su decisión de sacar cinco de sus ministros, entre ellos el jefe de la Casa Civil y principal asesor político de la Presidenta, Antonio Palocci, quien habría multiplicado por veinte su patrimonio mientras ejerció su mandato como diputado federal entre 2007 y 2010. Asimismo han caído los ministros de Defensa, Transporte, Agricultura y Turismo. Exceptuando el de Defensa, los demás han sido acusados de ejercer actos de corrupción desde altos cargos en el Estado.Estas renuncias han afectado al Partido Movimiento Democrático de Brasil, el mayor aliado político de la presidenta Rousseff en el Congreso. Y si bien han sido recibidas con aprobación por la opinión pública, también es cierto que han minado a la coalición de gobierno. La renuncia de los ministros acusados de actos indebidos es la principal diferencia de doña Dilma con su antecesor Lula, a quien el pragmatismo lo llevó a bajarle el perfil a las múltiples denuncias, buscando evitar traumatismos en las alianzas y acuerdos de gobernabilidad. Sin duda, Rousseff está actuando distinto y ha logrado que su lucha contra la corrupción no afecte a su propio gobierno.En el fondo está la paradoja de que los casos de corrupción parecen aumentar en proporción directa a la bonanza económica. Nadie puede predecir qué pasará en Brasil como efecto de la política anticorrupción, pero debe servir para mejorar las condiciones sociales del país al recuperar preciosos recursos colectivos que se pierden en la alcantarilla de la inmoralidad. Lo contrario implicará desconocer los valores éticos y morales necesarios para mantener la credibilidad en la democracia, ya que la corrupción de los poderosos se convierte en una bola de nieve que arrastra hacia el escepticismo y la desesperanza, destruyendo la fe en las instituciones públicas. En efecto, y como ha pasado en Colombia, la idea de que es aceptable hacer trampa para enriquecerse se vuelve colectiva y desmoraliza sin remedio. Afirmar como lo hace la editora brasileña de la BBC que “mientras la economía brasileña marche bien, la Mandataria no tiene nada que temer”, muestra el grado de conformismo que hay en Brasil con la corrupción, hasta el punto de que invade aún a los medios de comunicación más influyentes.Sucede entonces lo contrario a lo que se espera de una democracia: si hay más corrupción en la misma medida en que existe mayor prosperidad, las políticas de desarrollo humano fracasan. Por eso, a la par con los indicadores económicos, el combate a ese fenómeno corrosivo y desmoralizante es una prioridad del Brasil de hoy. De allí que los brasileños le hayan dado una alta nota de favorabilidad a su Mandataria, incluso superior a la que obtuvo Lula en sus primeros cien días de gobierno.

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