El pais
SUSCRÍBETE

Welcome to Briceño

Ómar es un campesino que vive en las montañas de Briceño, ese...

25 de julio de 2016 Por: Víctor Diusabá Rojas

Ómar es un campesino que vive en las montañas de Briceño, ese municipio antioqueño donde hace un tiempo comenzó la lenta tarea de desminado, el mismo pueblo que hoy es piloto de la erradicación de cultivos ilícitos. Un lugar que, oh paradoja, no figuraría en el mapa mediático de este país a no ser por la guerra y al que - otra paradoja- le comienzan a salir oportunidades por cuenta del mismo padecimiento del conflicto. Aunque si no fuesen esas sus dramáticas condiciones, tendría la opción de muchos otros pueblos, corregimientos y veredas: andar olvidado por cuenta del abandono del Estado. Conocí a Ómar hace unos meses en una planta industrial en Medellín. Un grupo de hombres como él, productores de café en sus minifundios, se había aliado con una empresa vinculada al sector (no doy su nombre porque no pedí autorización para hacerlo) y, juntos, con ayuda de la cooperación internacional, conseguían algo impensable: exportar el grano a Europa. La cita, pues, era para hacer oficial ese hecho y brindar con un tinto. Mientras hablaban los representantes de esa sociedad de éxito, alguien descubrió entre los asistentes un torrente de emoción imposible de contener. Era Ómar, sus lágrimas lo delataban.Sin rogarle mucho, tomó la palabra y nos contó cuánto significaba eso para él y para su familia. Y nos relató cómo había dejado atrás un pasado que no eligió pero que, como muchos, se vio obligado a tomar, el de cultivar coca como medio de subsistencia.Pero, claro está, una cosa es oír esa historia y conmoverse con ella, y otra bien diferente ir a verla allá, donde uno cree que solo pasa el viento. Que, créanme y acabo de comprobarlo, es una exageración. Briceño está más cerca de este otro país que lo que este otro país siempre ha pensado. Incluso, la vereda donde vive Ómar y su mujer y su hijo, tan chico como para no hablar aún y tan grande como para decirlo todo con los ojos, tampoco es el fin del mundo. No, está allí arriba y se llega por una de esas tantas vías terciarias que pronto tendremos que mejorar si de verdad queremos que este país cambie. Más lejos, solo para hacer una comparación, están el Orejón y el desminado.Ahí, en una curva del camino, uno se asoma a la casa y al cafetal de Ómar y a ese filo desde el que se ve serpentear el río Cauca en el fondo del cañón, mientras la cordillera obliga a dar gracias por permitirnos treparla ahí para disfrutar de un paisaje como no hay dos.Las matas de café andan tan cargadas que claman horquetas por todos lados. Al cabo de unos días, vendrá la recolección y con ella el primer puerto de un camino que luego, por etapas, terminará en paladares de La Grand Place de Bruselas o de un restaurante de lujo en Ginebra, Suiza.Y Ómar volverá a creer que valió la pena acabar con los cultivos de coca, esos que le arrebataron para siempre un hermano, un tío, un primo y muchos amigos, antes de que él y sus vecinos decidieran apostar a una nueva vida. Bajé de allí con la convicción de que se puede, tanto, que ya se está haciendo. Una semana después, me lo volví a topar en Yarumal, junto a productores de café del norte de Antioquia. Era una feria. Ómar tomó el micrófono y dio la receta de su éxito: trabajo, capacidad de asociación, mucha pasión y fe en el futuro. Prometimos vernos antes de un mes allá, en Briceño. Primero en la esquina del parque, donde él y sus compadres montaron una tienda que es una dicha de buen gusto y sabor. Y luego echaremos monte arriba, a su casa que acaba de levantar, ese lugar en el que, le sugerí, deberá poner pronto un ‘Welcome to Briceño’, porque las buenas noticias no solo también corren sino que llegan lejos. Ómar, así quedamos. Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

AHORA EN Victor Diusaba Rojas