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Valle y futuro

Decir que empleo, seguridad, calidad de la educación, buenas vías y políticas agrarias más incluyentes son, en orden de jerarquía, las mayores aspiraciones de la población rural en el Valle del Cauca suena a obviedad.

8 de marzo de 2020 Por: Víctor Diusabá Rojas

Decir que empleo, seguridad, calidad de la educación, buenas vías y políticas agrarias más incluyentes son, en orden de jerarquía, las mayores aspiraciones de la población rural en el Valle del Cauca suena a obviedad.

Pero eso mismo sabe a otra cosa si quienes lo dicen y lo claman son los líderes sociales de municipios, más aún si representan a sectores campesinos. Porque, más allá de lo que propongan y digan los planes de desarrollo y los programas de gobierno nacionales y departamentales, qué mejor que contar con el diagnóstico de quienes habitan en el territorio, ajenos ellos a la corrección política o al maquillaje de las realidades en que vivimos.

Quizás por eso, porque suele haber lecturas diferentes (no en la elaboración del top de los grandes retos sino en el tratamiento que merece cada uno de los problemas), nada mejor que una identidad entre quienes son llamados a tomar las medidas (los gobernantes) y quienes padecen las consecuencias de siglos de olvido y abandono.

Cada uno de esos escenarios urge de un trabajo mancomunado en un momento quizás único en los últimos tiempos: el de la concertación y el diálogo.

Así, por ejemplo, frente a la situación de desempleo en los municipios (“no se asombre si hablamos de una realidad de 40 por ciento en algunos lugares”, me decía el otro día un dirigente campesino), no cabe más que mantener la línea de la innovación y el estímulo. Algún día hay que dejar atrás la perniciosa dependencia del Estado como única opción laboral para seguir abriendo paso a emprendimientos que cada vez dejan más y mejores resultados.

Es así mismo, de forma colectiva, como se enfrenta a la inseguridad y a las muchas expresiones de la criminalidad. Aquel tan mentado los buenos somos más hay que sacarlo a la calle a que se pronuncie. Eso sí, jamás en la pretensión de suplir a la autoridad para poner en práctica la justicia privada, esa vergüenza que tanto nos costó y que, parece, nos sigue costando.

La educación, dicen los indicadores, supo pasar en el Departamento de la sala de cuidados intensivos a la sala de recuperación. No hay tiempo para celebrar sino que es perentorio obtener en breve el alta definitiva del sector. Ahí la pregunta que algunos deberían hacerse (y en particular el sector privado) es si la obligación de brindar oportunidades a los mejores alumnos sin recursos económicos es exclusiva del sector oficial. O en cuántas ‘porras’, de tantas que hay, están dispuestos a invertir los empresarios en aras de la equidad, e incluso, de un mejoramiento de lo propio.

Sobre vías rurales hay mucho por hacer y, antes que eso, bastante por aprender de otras regiones del país. Está comprobado que la apuesta por la estabilización de las carreteras (no siempre el pavimento es la solución más práctica), permite sacar el mejor provecho de los recursos (maquinaria y demás) con que se cuenta.

Aunque lo más importante es convertir ese mejoramiento de las vías en una efectiva forma de generar tejido social con la participación directa de las comunidades en esa tarea de recuperación de los caminos. Pasó en el norte del país, ¿por qué no puede suceder aquí?

Y sobre el tema agrícola, los mercados campesinos (como ese fabuloso que se da en Tuluá todos los viernes) nos recuerdan la vocación del campo de la región. ¿Será que se pueden generar dinámicas de producción y comercialización en las que se tenga, como primer mandamiento, respeto a los derechos del pequeño productor?

Todo esto puede parecer una oda al optimismo. Y de hecho, lo es. Se necesita fe para que las cosas cambien. Y, ante todo, mucha gente joven puesta en estas tareas. Mejor dicho, no se preocupen tanto por el viejo ayer. Presente y futuro es lo que hay. Eso sí, siempre que se cuente con las nuevas generaciones.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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