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Reclutar y reclutar

Lo que acaba de pasar en Guaviare con las disidencias demuestra que, en el fondo, todo sigue igual. O peor.

15 de marzo de 2021 Por: Vicky Perea García

Por supuesto que los primeros responsables de la triste suerte que corren miles de niñas y niños reclutados en Colombia para hacer la guerra son quienes se los llevan de manera forzosa (todo reclutamiento es forzoso).

Sí, son los primeros culpables, pero no los únicos. Y es que así como hay factores y circunstancias que desencadenan esta otra tragedia nacional, existen muchos responsables directos e indirectos que hacen que un(a) menor termine en el monte.

No es nuevo poner a los niños a jugar a matar de verdad. Lo hizo el cristianismo en 1212 en Europa con la disculpa de salvar la fe, en aquella cruzada infantil a Tierra Santa, henchida de fanatismo, que terminó con la muerte de miles. Y sometió y reclutó jóvenes Hernán Cortés en su conquista del Imperio Mexicano. La esclavitud hecha milicia.

Aquí, también hemos reclutado, siempre. Pedro Pascasio Martínez Rojas pertenecía al Batallón Rifles y, como tal, participó de la Batalla del Pantano de Vargas y de la del Puente de Boyacá. Tenía 12 años cuando capturó al coronel José María Barreiro. Entonces, el Libertador lo ascendió a sargento. Después, ya viejo, Pedro Pascasio murió pobre y pidiendo limosna, dicen sus herederos.

Más niños (casi todos, como ahora, arrancados de humildes hogares campesinos) fueron llevados a las malas a una tras otra de las tantas guerras del Siglo XIX y la de Los Mil Días. Lo enseña la imagen que en 1902 llegó hasta Francia e ilustró la portada del semanario L’Illustration. Son tres pequeños vestidos de militares. Dos de ellos llevan bayonetas que les resultan gigantes; el otro es corneta. Pelean en defensa del Gobierno de entonces.

Y abundan también los casos de reclutamiento en la violencia bipartidista de los 40 a comienzos de los 60. Recuerdo una fotografía de Teófilo Rojas (Alias ‘Chispas’) en la que el bandolero posa desafiante al lado de tres de sus hombres, entre ellos un niño, armado de escopeta y muerto del susto.

Tomaron esa posta enseguida las guerrillas para esclavizar y mandar al matadero a pequeños (aunque ahora lo nieguen), mientras el Estado decía defenderse con otros niños, tan imberbes como inexperimentados, que apenas rozaban los dieciocho años. Ahí quedaron hechos trizas (valga la expresión) vidas y sueños de decenas de ellos, tras las sangrientas tomas de las Farc a Mitú, El Billar, Las Delicias, Patascoy y otros sitios. Todo, mientras alguna gente se quejaba de “no poder ir a la finca”.

Y llegaron los ‘paras’ e hicieron lo mismo, sin que nadie, a la hora del desarme, les preguntara por eso. A eso, sumen la cosecha del narcotráfico entre la niñez para hacerlos sicarios. A propósito: ¿Quién es - y dónde está (si es que aún está)- ese niño que aparece en aquel video al lado de Pablo Escobar, quien marcha en moto, al frente de una jauría de criminales?

Lo que acaba de pasar en Guaviare con las disidencias demuestra que, en el fondo, todo sigue igual. O peor. Hace menos de dos semanas fueron sacados de Riosucio, Chocó, doce muchachos a los que el tal Clan del Golfo se quería llevar para convertirlos en carne de cañón. El operativo lo hizo la Fuerza Pública con carros blindados y armamento pesado. Es decir, no fue capaz este Gobierno, y esta sociedad, de garantizarles el mínimo derecho que tienen de vivir al lado de sus padres y hermanos. ¿Es eso justo?

A lo largo de tantas generaciones, todos ellos, niñas y niños, quisieron terminar en otro lugar que no fuera la guerra, pero no tuvieron la oportunidad de elegir porque otros lo hicieron por ellos. Entonces, se convirtieron en víctimas. Por eso, ellas y ellos no son “máquinas de guerra”, como los llama usted, ministro Diego Molano. Por el contrario, en aras de justificar lo injustificable, echa mano del simplismo y de la falta de humanidad. Y pasa, como si nada, por encima de legislación internacional. La pregunta es si es consciente de todo ello o lo hace, también, para satisfacer otros apetitos.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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