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Pizza, ese patrimonio

Veo que acaban de declarar la pizza como patrimonio inmaterial de la humanidad y me da una mezcla de envidia y hambre.

10 de diciembre de 2017 Por:

Veo que acaban de declarar la pizza como patrimonio inmaterial de la humanidad y me da una mezcla de envidia y hambre. A pesar de que la evito, no porque no me guste, debo aceptar que hay pocas comidas en el mundo tan efectivas a la hora de unir y dejar contentos a todos, sin distingos de generación.

Dirá alguien que la Unesco, encargada de ese tipo de ascensos y reconocimientos, anda tan de capa caída que le cuelga medallas a la comida chatarra. No se dejen engañar, la pizza es casi tan vieja como el Descubrimiento de América, y la posterior Conquista, si nos atenemos a que fue el tomate, llevado de aquí para allá, uno de los ingredientes con que los cocineros de los siglos XV y XVI comenzaron a aliñar el pan, génesis de la presentación de las pizzas de hoy. Como ven, en este cuento algo nos toca.

Otra cosa es que por mucho tiempo a la pizza se le haya dado lugar en la trastienda de la cocina italiana. Tanto que Doré Ogrizek, en su fabulosa colección de libros de los años 50 ‘El mundo en la mesa’ (que no está para préstamo) sale del paso llamándola “famosa”, en el capítulo de Nápoles y Campania, y luego la pone a la altura de los helados “spumoni, stracchini o mattonelle”.

Nadie se imaginaba entonces cuánto crecería el plato y, con él, el negocio. Como lo corroboran los datos de la Confederación Nacional del Artesanado y la Pequeña y Mediana Empresa en Italia. “192 millones de pizzas al mes o, lo que es lo mismo, 2.300 millones de pizzas al año que mueven 12.000 millones de euros”, dice El País de España.

No sé cuántas pizzas nos comemos a diario en Colombia y cuántas recetas hemos inventado. Porque, mucho va de la harina, levadura de cerveza, aceite de oliva, manteca de cerdo, anchoas, mozzarella, tomates, sal, pimienta y orégano que Ogrizek pone como receta del 56 y esa ‘especial de la casa’ que ofrecen en nuestras cartas, en donde todo vale. Aunque en cuestión de gustos…

Pero bueno, ahora que la pizza tiene esa razón para sacar pecho, ¿cómo hacemos para que platos de los nuestros ganen, si no esa misma denominación, al menos un reconocimiento que les permita trascender más allá del apetito con que los turistas extranjeros prueban la cocina colombiana, se maravillan y, después, hasta nunca? ¿Somos capaces de seguir en algo la internacionalización, por ejemplo, de la cocina peruana?

¿Caben, me pregunto, el sancocho del Valle del Cauca, el ajiaco bogotano, el mute santandereano, el cocido boyacense, los tamales de pipián, la posta cartagenera, los encocados del Pacífico y no sé cuántas más delicias de este país en ese mundo tan selecto? No tengo duda que así puede ser. La pregunta es, ¿cómo se hace para convertirnos en destino gastronómico, a partir de tantos méritos? Eso sí, lo digo con respeto por los que saben y como simple comensal, sin traicionar la esencia. Un sancocho es un sancocho; y un ajiaco, un ajiaco.

Y es que así como se ha subido a ese mismo podio de patrimonio inmaterial de la humanidad con cosas gratas tan nuestras como el vallenato, los palabreros, el Carnaval de Barraquilla, las macetas, las tradiciones de San Basilio de Palenque, la Semana Santa en Popayán, el Carnaval de blancos y negros, hay con qué buscarle hueco ahí mismo a esa comida que hacemos tan bien y que, aparte, genera empleos, ingresos y, en fin, mueve la economía.

Por ahora, no queda más que rendir homenaje a esa pieza contemporánea de nuestras vidas, la pizza. Mejor, si es margarita, en la humilde opinión de este mal glotón.

Sobrero:

Test rápido:

1- ¿Está de acuerdo, sí o no, con las circunscripciones especiales de paz?

2- Sin ayuda de Google, ¿en qué departamentos del país están: Zambrano, Coloso, Pueblo Bello, Hacarí, Nóvita, Nechí, La Tola, Ataco, Puerto Concordia y El Retorno?

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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