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Pitos y bronca

¿Chiflar es un derecho? Por supuesto que sí. Lo es en el...

27 de abril de 2015 Por: Víctor Diusabá Rojas

¿Chiflar es un derecho? Por supuesto que sí. Lo es en el más elemental de sus significados, el de pronunciarse. Y también lo es porque no conspira contra los derechos de los demás, como manda el deber. Ya sabemos cómo chiflar se ha puesto de moda en los últimos días, bien lo ha probado el presidente Juan Manuel Santos, tras el salvaje ataque de las Farc en Buenos Aires, Cauca. En el seno de una democracia, eso no debería pasar de ser simple anécdota. Pero ya sabemos cómo aquí las cosas suelen tomar otro cariz. Porque así como el tema ha servido para descalificar a sectores de la oposición que ejercen ese derecho, el de chiflar (eso de un senador de reducir peyorativamente a “tres gatos” un inconformismo visible, habla a las claras de la poca altura con que se sigue haciendo la política en Colombia), tampoco le ha salido afinada al gobierno la respuesta a las silbatinas. Al menos la del ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón y su tal “les ordenó, dejen de silbar al Presidente” con que se envalentonó el día del homenaje a los soldados caídos. Me sonó exagerado y ridículo, más lo segundo que lo primero. Quiero pensar que Pinzón se equivocó al confundir con hombres bajo su mando a centenares de personas que estaban ese día en la manifestación de Bogotá. Sí, había Fuerza Pública, sus subalternos y sobre los que, en efecto, manda. Pero el resto del público era variopinto. Había militares en retiro y sus familias, que, imagino, tienen, ellos y ellas, pleno derecho a ser deliberantes. Y también, ciudadanos del común que habían ido a ese lugar a expresar su rechazo al cobarde asalto de las Farc. Y no descarto también la presencia que algunos mandaderos hechos a la medida del mandado. Pero no está el señor ministro para hacer callar a la gente de a pie. Me gustaría que el ministro se asomara alguna vez por un estadio español, en una de esas finales de la Copa del Rey que para mala suerte de la Casa Real o del presidente del gobierno caen, por circunstancia del juego, en Barcelona o en Bilbao, para citar dos ciudades representativas de corrientes independentistas de Cataluña y el País Vasco. Ahí podría ver un auténtico concierto de pito al himno español y a la Majestad de turno, que nadie sale a acallar. Dirán que las causas son diferentes. De acuerdo, pero se identifican en cuanto a que son señales de desaprobación a quienes están en el poder. Ahora mismo que estamos en un proceso de paz con alzados en armas (en el que sigo creyendo, como sigo creyendo que las únicas responsables de lo sucedido en el Cauca son las Farc), el mejor mensaje no es satanizar una simple señal de desaprobación ciudadana, la de chiflar. Eso, aparte de feo, es incoherente. No importa que entre los ingredientes de esas protestas haya algo de gato encerrado.Como tampoco hay que convertir la reacción de un grupo de estudiantes de Los Andes desafectos al expresidente Álvaro Uribe, en el presunto ataque de horda de bárbaros. La bronca de la que fue objeto Uribe la semana pasada es de lo más natural en un escenario como ese. Bueno, si es que, como espero, la gente sigue yendo a las universidades a algo más que a cursar unas materias y sacar un título. Al expresidente habría que recordarle, a manera de grafitis, dos refranes que caen bien para la ocasión. Uno: quien siembra vientos, cosecha tempestades. El otro: si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada (solo limonada). Y para cerrar: mi homenaje a quienes chiflan o se pronuncian en público, a gritos si es el caso. No solo ejercen la libertad sino que, además, ponen la cara.

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