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No es a las patadas

Un jugador de fútbol suele tener fracciones de segundo para decidir. Cuando lo hace bien, además con el sello del ingenio, se comprueba que lo que dice el Karolinska es justo así, una muestra de inteligencia superior.

19 de noviembre de 2017 Por: Víctor Diusabá Rojas

En medio de la celebración por el histórico paso de su selección al Mundial de Fútbol Rusia 2018, a Christian Cueva, futbolista peruano, se le ocurre incitar a una multitud a que grite “el que no salte es chileno”. A Edwin Cardona, jugador de la nuestra, algo se le dispara y decide rasgar sus ojos para ofender a un jugador surcoreano y, de paso, a una raza.

Imagino que, como lo hizo ya Cardona, Cueva presentó disculpas y todo no pasará de ser una anécdota (aparte de posibles sanciones). Me pregunto: ¿Dónde queda la inteligencia que los jugadores de fútbol aplican en el juego, a la hora de poner en acción el sentido común?

Y eso de citar su inteligencia no es una mofa. Un instituto tan serio como el Karolinska hizo un estudio entre 83 futbolistas profesionales (el 33%, mujeres). La conclusión: las capacidades cognitivas de los practicantes de esa actividad en primera división están por encima de la población promedio.

“Los análisis se centraron en funciones vinculadas al pensamiento y razonamiento abstractos: anticipación visual, reconocimiento de patrones, cálculo de probabilidades en una situación, creatividad y toma de decisiones estratégicas”, dice el centro de investigación. No dudo que sea así. Un jugador de fútbol suele tener fracciones de segundo para decidir. Cuando lo hace bien, además con el sello del ingenio, se comprueba que lo que dice el Karolinska es justo así, una muestra de inteligencia superior.

Sobre eso mismo valen dos ejemplos. El primero, la jugada más brillante de la historia que no fue gol. Esa de Pelé en México 70, en la que deja en el camino a Ladislao Mazurkiewicz en el camino, sin tocar el balón. ¿A alguien más se le hubiera ocurrido? Y la de James, en aquella sucesión de aciertos de control y genialidad en un par de segundos para desembocar en la obra maestra, premiada como el mejor gol del Mundial Brasil 2014, el gol a Uruguay.

En cambio, en la otra orilla están esos instantes en que algunos futbolistas, ya sea en cortos o vestidos de paisano, se empeñan en embarrarla, sin medir las consecuencias. Podría empezar aquí con Diego Armando Maradona y seguir con Cueva o Cardona, en una lista interminable.

Quizás entonces, sea mejor detenerse en quienes apuestan a ser duchos con el balón, pero además con sus vidas. Uno de ellos es George Weah. Y vale la pena hablar de él ahora que la primera vuelta de las elecciones en Liberia lo ha puesto entre los finalistas que irán por la Presidencia de ese país africano, martirizado por una guerra larga, como la nuestra, y contra la que Weah ha hecho frente desde su condición de figura pública.

Ya veremos cómo le irá, si es que llega a triunfar. Y si es que hay segunda vuelta, porque anda refundida por una demanda en curso. Pero, mientras tanto -como ha pasado con Didier Drogba en Costa de Marfil- , Weah ya vive en la memoria de su pueblo, más allá de lo que hizo con el balón en los pies. En esa otra carrera en la que han coincidido los dos, estrellas ambos: la lucha contra la violencia y la injusticia, en procura de la paz y siempre del lado de los más desfavorecidos.

Es necesario trabajar en ese tema con miles de niños y jóvenes que sueñan ser futbolistas: su papel en la sociedad. El Valle del Cauca no es la excepción, cada día aparecen más escuelas de fútbol. ¿En cuántos de sus programas hay materias que si bien no busquen dar con ‘Weahs’ o ‘Drogbas’, sí procuran inculcar valores que vayan más allá del 4-2-2-1-1? No olvidemos que el futbolista se va y el ciudadano se queda. Y si algo estamos obligados a formar es eso, buenos ciudadanos.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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