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Nichos y memoria

Creo que, a la final, pocos van a llorar de verdad a los columbarios y menos a lo que ellos representan, las víctimas de la violencia.

20 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

Dice el colega Ricardo Silva en su reciente columna de El País de España: “Uno de los problemas más graves de Colombia sigue siendo esta manía de negar los cementerios”. Y tiene la razón, aunque habría que agregar que eso resulta más grave porque en este país los cementerios no son pocos.

Hablo más de los cementerios informales -para no llamarlos clandestinos- antes que de los oficiales. Porque, incluso en estos, hay fosas y muertos que se niegan y se han negado por muchos años. O que, al menos, hay quienes pretenden enterrarlos para que no figuren en la memoria de la nación.

Antes de entrar en ese tema, vale decir por qué Silva se mete en el asunto. Ocurre, como algunos ya lo saben, que el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, anda molesto -en realidad, muy bravo-, porque el Consejo Nacional de Patrimonio declaró eso, patrimonio nacional, una parte del Cementerio Central de Bogotá, donde hay cuatro columbarios, con 8957 nichos que alguna vez sirvieron de tumba.

Allí, la artista Beatriz González hizo una obra (‘Auras anónimas’) con la que pretendía, palabras suyas: “Hacer lápidas que imitaran las lápidas de mármol de los columbarios (con) figuras sacadas de trabajo de reportería gráfica (...) Yo quería que se recordaran por muchos años”.

Antes de seguir, vale decir que columbario se remonta a “los cementerios de la antigua Roma, sepulcro o monumento funerario con nichos o cavidades en las paredes para colocar las urnas cinerarias”.
El alcalde, como se sabe, muy urbanista, cree que ya es hora de que el cementerio ceda el terreno a la construcción de un parque, por encima de tantas nostalgias. Por su parte, el Consejo Nacional de Patrimonio, como Beatriz González y algunos de sus colegas, más otros observadores, consideran que ese monumento debe perdurar.

Creo que, a la final, pocos van a llorar de verdad a los columbarios y menos a lo que ellos representan, las víctimas de la violencia. O una memoria en particular que está allí, enterrada y olvidada, la de muchos que murieron el 9 de abril de 1948 (aparte de Jorge Eliécer Gaitán y de Juan Roa Sierra), y que fueron a parar, por centenares, allí en fosas comunes que nadie quiere recordar.

Porque si de rescatar en serio a esas víctimas, los nichos de los columbarios, o al menos algunos de ellos, llevarían los nombres de esas personas, colombianos como usted o como yo, que se hicieron humo desde ese día o un cementerio del olvido.

¿Cuántas personas murieron en la capital durante ‘El Bogotazo’? Pudieron ser 2585 si nos atenemos a los datos de los que echa mano el historiador Paul Oquist, atribuidos por él a un funcionario de un organismo internacional. ¿O fueron ‘solo 549’, esos que asumieron El Tiempo y El Espectador en los días posteriores al magnicidio y al levantamiento popular? Indudablemente, una cifra muy inferior a la real si se parte del hecho de que en abril de ese año hubo 1043 entierros, casi todos alrededor de esa fecha infausta.

¿Cómo se llamaban?, ¿qué hacían?, ¿dónde los sorprendió la muerte?, ¿cuántos terminaron por ser desaparecidos, por ir a parar a esas fosas comunes?

Esa pregunta se la hice hace un buen tiempo a un funcionario de una entidad de la administración distrital vinculada al tema. Esperé en vano durante días su respuesta. Al menos la del interés de investigar, lo que decidí hacer por mi cuenta, no sin el temor que de cuando haya resultados, aparezcan los paracaidistas de siempre.

Terminamos pues en esta discusión de un parque o de una respetable evocación artística. O sea, supuesto desarrollo, de un lado; o simple nostalgia, del otro. No lo importante: la verdad y la memoria. Con nombres y rostros, como lo merecen las víctimas, las de ese día y las de tantos otros cementerios, Ricardo, que nos empeñamos en negar.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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