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Moverse o no moverse

Luego de ver las reacciones (de furiosas a descalificadoras) sobre la intención...

28 de marzo de 2016 Por: Víctor Diusabá Rojas

Luego de ver las reacciones (de furiosas a descalificadoras) sobre la intención del alcalde Mauricio Armitage de ampliar el pico y placa en Cali, queda claro que si hay algún tema caliente para los gobernantes es este de la movilidad. No más vean cómo hace unas semanas en un pueblo del norte del país, la gente puso en franca reculada al nuevo alcalde porque al hombre se le ocurrió imponer el casco para los motociclistas, hasta que le recordaron que había hecho campaña en moto y con la cabeza descubierta. O cuánto le costó a Bogotá el mal manejo (uno de tantos) de Gustavo Petro a la movilidad y cómo ya le corren pierna arriba a Enrique Peñalosa los señalamientos por no haber resuelto en tres meses un problema viejo y de tales proporciones.¿Cómo salir del atolladero?, se preguntan. Al fin y al cabo, para eso los nombraron, ¿no? ¿Cómo salir del caos, dirán, de manera que nadie resulte – o lo peor, se sienta- afectado por las medidas tomadas, para no quemar en un día el capital político? ¿Cómo desatar el nudo? Porque hoy, en materia de dolores de cabeza, la movilidad le gana, para citar un solo competidor, a la violencia. Mejor dicho, si mañana el mismo Armitage sale a decir, por ejemplo, que el índice de homicidios aumentó en Cali el último mes (O hacen lo mismo Peñalosa en Bogotá o Federico Gutiérrez, con su ciudad, Medellín) les garantizo que el efecto será menor que el visto en estos días tras la medida de aceite sobre una posible ampliación de la restricción. Y como importante es el tema de la movilidad, no hay una sola receta que valga. El pico y placa dejó, hace rato, de ser la mejor opción. Se necesitan entonces propuestas nuevas, frescas. Esto de combinarle un peaje ambulante a la ampliación de la restricción de cuatro dígitos, no es la gran solución al problema-tampoco creo que así se contemple-, pero logra dos de muchos propósitos: menos carros y más fondos para meterle, entre otros, al transporte masivo, que mal anda y que no puede seguir así. Todo, ¿a costa de quién? Sí, de quienes se verán obligados a cambiar sus rutinas. En ellos es que tiene que fijarse la administración y sus reformas estructurales. Pero también, las alternativas solidarias que, desde la propia comunidad, surjan para aliviar el impacto de un cambio tan brusco. Compartir el carro (difícil a veces cuando ni siquiera te responden el saludo en el pasillo o en el ascensor); recurrir a la bicicleta (complicado por la inexistencia de ciclorrutas o por el acecho de la delincuencia); caminar (pese a la falta de buenos andenes y en la ausencia de una política de seguridad callejera que funcione, e incluso resultado de una vida sedentaria en extremo) son prácticas que deben abrirse paso. Y lo harán, no tengo duda. Yo tampoco imaginé que un día en este país la gente acordaría regular la hora y el ruido de sus fiestas en sus casas o apartamentos para no importunar a los vecinos. Ya sucede. Por ley, pero también como resultado del control social Eso sí, de todas las formas con que se pretende ganar esta lucha de la movilidad en las urbes del mundo, hay una que me despierta la mayor de las esperanzas: nuevos horarios. Es un hecho que la reducción en las cotas de las horas pico hace más accesible el servicio de transporte y la movilidad para todos. Universidades y colegios, algunos de ellos, podrían servir de ejemplo. Incluso grandes empresas, que además ya lo han probado con éxito. Sería otro paso, uno de tantos para movernos más y mejor.Aunque hay otra opción: dejar todo igual y quejarse. Esa no funciona, pero garantiza los invaluables derechos unipersonales que tanto destilamos cada vez que nos piden pensar con sentido comunitario.

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