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Más Petronio

Una vez más, el Petronio ha vuelto a ser la fabulosa suma de cosas buenas, gratas y lindas para la que nos cita cada año. Siempre de la mano de su autenticidad.

27 de agosto de 2017 Por: Víctor Diusabá Rojas

Una vez más, el Festival Petronio Álvarez ha vuelto a ser la fabulosa suma de cosas buenas, gratas y lindas para la que nos cita cada año. Siempre de la mano de su autenticidad. Esa misma con que mi amiga Basilia le apunta a su cocina artesanal. Fui en su búsqueda, con el temor de que el arroz con piangua no le saliera en el punto con que le resulta en su puesto de La Alameda, al que ya llego con los ojos vendados.

Y ella, la chocoana de Nóvita que cocina como los ángeles (si es que los ángeles, además de todo, cocinan bien) se encargó de desterrar mis miedos. El de piangua estaba irrepetible, como el sudado de camarones. Y la jaiba... El postre esperaba en frente. Era, o helados de coco o delicias frías hechas de aguacate, borojó o chontaduro. Que, además, se venden solos. “¿Disculpá, dónde se consiguen?”, la pregunta se hizo viral.

Estábamos camino a las artesanías y las tonadas, cuando caímos en las redes de Luis Eduardo. Sus ceviches, sus encocados, sus pescados y otras maravillas más seducían a metros. Confieso que estuve cerca de serle infiel a Basilia, pero recordé que la gula es más que un pecado. Así que nos citamos para algún día en sus Secretos del Mar, allá en Valle Grande.

Y todo eso, el cariño de la gente y la facilidad para el bolsillo en estos tiempos duros, son otras de las razones del éxito del Petronio. Más aún cuando en Colombia todo termina cayendo en la extrema comercialización, de lo que además no son ajenos los espectáculos de las denominadas estrellas.

Entonces, encontrar allá adentro lo más parecido a la buena vida, con el telón de fondo de una cultura que nos regala al mismo tiempo la sabiduría de su cocina y de sus artesanos, más la genialidad de Herencia de Timbiquí y de Chocquibtown, como sucedió esta vez, pues es nada menos que anteponer lo que más vale, la gente, a cualquier otra pretensión.

No los vi en directo (ni a Timbiquí ni a Goyo, ‘Tostao’ y compañía) pero sí en la noche gracias a Telepacífico, con imágenes y sonido de excelencia que ya no extrañan. Porque valga la oportunidad para decir que con la televisión pública -ya sea en el Petronio o en el Bandola, en Sevilla- uno se siente más cerca de los valores ancestrales y más lejos de esas vergüenzas que tanto rating dan a otros.

Vuelvo al Petronio para encontrar a la gente en familia en el ambiente que tanto anhelamos, el del respeto y la convivencia, sin fronteras de ningún tipo. Ni de razas, ni de sesgos políticos. Incluso, había camisetas de las más enconadas rivalidades locales y regionales compartiendo en la misma mesa. Con una broma de por medio por el empate del día o la derrota de ayer.

Y como columna vertebral, en ese coliseo que ya quisiéramos los bogotanos, las semillas de tantas expresiones musicales de este Pacífico que se arrulla con ellas. Niños y niñas hechos amos y señoras de sus voces y de sus instrumentos. Viejos que no renuncian al tiple con que siempre han alumbrado sus vidas y las de los demás, incluso en las noches más oscuras ¿A dónde va a parar tanto talento?, es lo que uno se pregunta. O mejor, ¿hasta cuándo esta sociedad, tan históricamente partidaria de excluir y de segmentar, seguirá relegando semejante tesoro?

Me matriculo desde ya para el Petronio del otro año y de cuantos pueda. No sobra recordar que esto hay que cuidarlo como niño chiquito, para que jamás pierda su esencia. Cuidado: el alma popular ni se compra ni se vende.

Sobrero 1: Gracias a Dámaso, muchos cuajamos parte de nuestra afición. Un torero sincero, como su arte mismo. Ahí queda lo suyo Maestro, para la eternidad.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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