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Los supremos

Buena parte de la respuesta a su legendaria cuestión (siempre sin respuesta)...

4 de agosto de 2014 Por: Víctor Diusabá Rojas

Buena parte de la respuesta a su legendaria cuestión (siempre sin respuesta) de “el poder para qué” de Darío Echandía está aquí, en estos tiempos. El poder se ha convertido en el camino más corto para hacer del servicio público un paraíso de los Supremos, estos incontestables amos y señores del Estado. Comencemos por el Procurador, la Contralora y el Fiscal General. Sobre el primero, ya el diagnóstico es una letanía. Los reparos a la controvertida gestión de Alejandro Ordóñez han chocado, antes que nada, contra su omnipotencia. Bueno, y no menos contra la reconocida habilidad para moverse en el mar de la politiquería, de donde, al final, emana su poder. Él, interpérrito. ¿Acaso a quién le va a temer Alejandro Ordóñez si somos todos los que le tememos a Alejandro Ordóñez, el Supremo? Por los lado de la señora Morelli (mitad “Mata Hari”, se ha autodenominado, y mitad “Juana de Arco”, así la llamaron), pues nada mejor que dejarle las cosas al paso del tiempo. Ella juró acabar con la corrupción. Años después, frente al pelotón de fusilamiento en que lo tienen los corruptos, el país puede decir que no pasó nada. Es ahora doña Sandra la que está sentada en el banquillo de los acusados. Sus acusadores dicen que no es por poca cosa. Las investigaciones de la Contralora hicieron ruido en los medios pero no dieron con peces gordos. Eso sin contar abusos que, claro está, no tuvo la cortesía de rectificar en público. Cosas de la supremacía.Lo de la Fiscalía es el nuevo eslabón de un cargo con en el que se podría cambiar la historia de buena parte de esta nación, pero en el que hay una especie de mufa, todo sale al revés ¿Cómo resultaría una encuesta sobre cuál es el mejor fiscal en la historia de este país? Aunque sería más interesante una sobre el peor. Al menos, más competitiva. Lo cierto es el Fiscal General Eduardo Montealegre es, hoy por hoy, mucho más que la cabeza del ente acusador. Y Supremo es el Alcalde Mayor de Bogotá. Claro está, no lo era en tiempos de Antanas Mockus, pero qué duda cabe que sí lo es ahora Gustavo Petro. Lo pueden atestiguar los millares de vecinos de las zonas de rumba que perdieron su derecho a dormir con la extensión de horario. O los afectados por medidas similares, como el tristemente célebre fracaso de su recolección de basuras. O, uno a uno, los altos funcionarios (iban dieciocho, ¿ya serán más?), y los correligionarios (el último de ellos, Carlos Vicente de Roux) que han tenido que desmarcarse de Petro por no coincidir con la particular visión del señor Alcalde.Y no menos Supremos son los expresidentes, dignos representantes de un país que no conoce la definición del uso del buen retiro. Uno (Álvaro Uribe Vélez), quiere mantener su supremacía desde el Senado; otro (César Gaviria), gana las elecciones y exige contraprestación, como testimonio irrefutable de su poder; el siguiente (Ernesto Samper), incide y tiene arte y parte en asuntos de la cosa pública; y uno más (Andrés Pastrana), pretende dar luces sobre lo que, precisamente, no funcionó en su mandato. Todos son pruebas fehacientes de que en Colombia, antes que ser presidente lo que se busca es ser expresidente. A ver si Juan Manuel Santos es capaz de prometerle al país que, luego de su mandato, nos dejará en paz. Supremos hay en todos los niveles. Ese es el codiciado trofeo del poder. No se lo inventaron Ordóñez, Morelli o demás. Es parte fundamental de nuestra idiosincrasia. Busque no más a su alrededor y fijo dará con uno. Incluso, mírese al espejo. Quién quita…

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