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La vida y la muerte

Pero vivir en Arborizadora Alta, en Putumayo y en Arauca es doblemente jodido.

24 de abril de 2022 Por:

Martes 19 de abril pasado: juega Liverpool en su estadio, Anfield, ante Manchester United, que actúa sin su gran estrella, Cristiano Ronaldo. El portugués no está en la cancha porque horas antes Georgina Rodríguez, su compañera, ha dado a luz, niño y niña. Infortunadamente, el niño ha fallecido.

Cuando el reloj del estadio indica que van siete minutos de juego -el 7 es el número que identifica a Cristiano, dentro y fuera de los campos de juego- los casi 50 mil hinchas adversarios que colman el estadio se levantan para rendir homenaje al bebé fallecido y a sus padres. Eso mismo, a lo que algunos quizás llamen banalidad, me resulta un enorme gesto de humanidad.

No sé cómo iban a llamar al niño de Cristiano y Georgina. En cambio, sí sé cómo bautizaron a Daniel (12 años), Salomé (5 años), Brayan (16 años), Delvis (9 años) y Yelina (4 años). Lo sé porque es mi obligación, como ser humano y como colombiano.

Sé que Daniel era su nombre y vivía en Arborizadora Alta, un barrio de gente humilde al suroriente de Bogotá. Sé que iba a la escuela y que le encantaba bailar. Y sé que el 26 de marzo fue a hacer un mandado y un bombazo le arrancó la vida.

Como, junto a él, se la arrancó a Salomé, quien también pasaba por allí, donde hay un CAI. Los sueños de ambos se apagaron. Y con ellos, y para siempre, los de sus familias. Muy orondas, las disidencias de las Farc salieron a reclamar el éxito de semejante vileza.

Y sé también que Brayan tenía dieciséis años y vivía en Alto Remanso, Putumayo. Me entero ahora que está muerto. Eso que pasa con demasiada frecuencia en Colombia: ver a los niños convertidos en cruces. Brayan estaba vivo, en medio de un bazar. Entonces, ese 28 de marzo, llegaron tropas del Ejército Nacional. Luego, apareció un parte de guerra, airoso, donde registraron “la neutralización” de once guerrilleros. Entre ellos Brayan. Todo indica que las cosas pasaron de otra manera.
¿Qué pasó ahí, cómo murió realmente Brayan? Dudo que lo vayamos a saber. En Colombia se mata la verdad todos los días con la misma facilidad con que a diario se mata a los niños.

Delvis y Yelina vivían en zona rural de Tame, Arauca, eran hermanos. Ya lo dije arriba: él de ocho años, ella de cuatro. Perdón: él, !de apenas nueve!; ella, ¡de apenas cuatro! Iban el pasado 17 de abril en carro por un camino, junto a dos adultos. “Violaban el toque de queda impuesto por nosotros”, dijo el Eln. Por eso, los mataron. A ellos y a sus dos acompañantes. Y sus cuerpos quedaron tirados ahí horas y horas. Este Estado del que se jactan los que mal lo manejan, no existe allá. Eso es territorio de nadie y de estos otros criminales que, además, tienen la desfachatez, luego de atribuirse el hecho, de disculparse. No tienen perdón.

Las muertes de Daniel, Salomé, Brayan, Delvis y Yalina condenan a sus asesinos. Pero también nos condena como sociedad. Incluso es injusto hablar solo de ellos en este imperio de Herodes donde miles de niños son víctimas de la violencia.

Porque, además, si a los cinco la muerte les hubiese llegado en otros lugares y entornos, hoy se estaría convocando a marchas y protestas en grandes plazas y avenidas. Pero vivir en Arborizadora Alta, en Putumayo y en Arauca es doblemente jodido. En esos lugares los derechos son pocos o no existen. Menos, si se trata de derechos humanos.

Así como algunos nos rendimos frente al espíritu de solidaridad de aquel día en el estadio de Anfield, todo esto de Daniel, Salomé, Brayan, Delvis y Yalina nos sumerge en el horror y en la tristeza. Y, a la vez, nos enseña el tamaño de nuestra indolencia. Y de la inacción que padecemos como sociedad. Algo debimos hacer desde hace mucho para parar tanta sangre derramada, comenzando por la inocente.

Quién sabe si seremos capaces de hacerlo en el futuro. Por ahora, solo hacemos lo que nos enseñaron: rezar. Rezar para que la fiera no llegue a nuestras casas. Lo cual no deja de ser mezquino y egoísta, porque, a la hora de defender la vida, todos los muertos por la violencia son nuestros, son propios.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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