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La feria sin fin

¿Hay alguna propuesta seria en la vida más amplia que la que nace de este mundo de las letras?

21 de octubre de 2018 Por: Víctor Diusabá Rojas

Entiendo que hay razones para celebrar. Me lo dice esta noticia que contradice los malos augurios: “Y el libro en papel no murió en 2018”. Aunque en realidad hay una exageración en ella, porque lo que se dijo en 2008 en Fráncfort es que las ediciones digitales se pondrían por encima de las en papel (que tampoco sería malo si eso significa que más gente está leyendo).

Pero bueno, algo es algo. O quizás algo es mucho si uno ve cómo pasan estas romerías de quienes andan en procura de lo que les interesa encontrar en páginas escritas que quizás les cambien las vidas, aunque quedemos solo en que se las mejoren. Con un libro en la cabeza, qué duda cabe, somos algo mejores. Y con muchos libros, seguro, más ricos, así sigamos siendo pobres.

Veo ríos de gente en Cali con su actual Feria del libro o con la de Montería. O ayer y antier en la misma Cali en el ‘Oiga, mire, lea’, como en las recientes citas de Pereira, Medellín, Manizales, Cúcuta, Barranquilla, Bogotá, y perdón por otras que se me escapan. Aparte de las que vienen, como la de Popayán, que se estrena en el primer puente de noviembre.

El libro en papel se reinventa segundo a segundo con cada esfuerzo editorial de los sellos grandes y de los sellos chicos. Podrá, y tendrá, que darse siempre el debate de cuánto han colonizado los unos y con qué mercado se quedan los otros. Esa discusión no tiene fin y es lo más parecido a dar con por qué existen (y por qué van a seguir existiendo) el Norte y el Sur, no de la ciudad sino del planeta.

Por eso, estas Ferias dan la oportunidad de tocar lo uno y lo otro. El éxito de las firmas más reconocidas y la ambición de quienes buscan un lugar en la inmensidad de ese universo. La estrategia para poner en la cima un nombre y un hecho, su libro; y la aventura de quienes se atreven a pasar la ola gigante que amenaza con hundir sus sueños.

Hace unos días, en Tuluá, viví las dos caras, de la que no es otra que una misma moneda. Una, la de decenas de personas aguardar en un centro comercial, libro en mano -hasta agotar los que se habían puesto para la ocasión- la llegada de Gustavo Álvarez Gardeazábal para pedirle un autógrafo, tomarse una selfie y escuchar sin pestañear su clase magistral sobre ‘Las guerras de Tuluá’, esa penúltima de sus obras, que ojalá siempre sean las penúltimas.

Qué casualidad: en el mismo lugar estaban los jóvenes que la noche anterior de viernes de rumba, habían reservado puesto en la sede la Unidad Central del Valle del Cauca (Uceva) para saber cómo hacen sus libros los quijotes independientes de las universidades. Esos señores (Felipe García, Jaime Londoño y Celedonio Orjuela) a los que el poeta Ómar Ortiz les sacó sus secretos, a excepción de uno: cuántas horas duermen al día porque no tienen noches.

Como simple lector, y muy ocasional autor, no dejará de maravillarme el milagro de ver nacer un título que me seduce y millones más que debo dejar pasar de largo. ¿Hay alguna propuesta seria en la vida más amplia que la que nace de este mundo de las letras? No la veo. Vaya pues hoy y toda la semana al Bulevar del Río y déjese conquistar por un libro. Le pedirá todo, menos fidelidad.

Sobrero: Los ataques a la sede de RCN radio (a contra otro cualquier medio de comunicación) y al transporte masivo no son más que actos de cobardía que a buena hora rechazaron las mayorías sensatas de las marchas de la semana pasada. Esos mismos estudiantes que no se tapan la cara y que sí defienden la Universidad Pública como lo que es y debe ser siempre: centro de pensamiento y, en consecuencia, de disenso.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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