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La felicidad

Aparte de todo, la semana que acaba de terminar no fue una semana cualquiera.

24 de marzo de 2019 Por: Víctor Diusabá Rojas

Aparte de todo, la semana que acaba de terminar no fue una semana cualquiera. El martes fue el día del esposo (ni idea teníamos algunos de que existía); y el miércoles, el de la felicidad (menos aún).

Y si a eso le sumamos el gol de Falcao contra Japón (así sea fruto de una mano que no existió), más el hecho de que por fin hubo ‘puente’ luego de interminables semanas sin festivos desde Reyes, hubo abundantes razones para celebrar.

Quizás por eso, pasó de largo la noticia de que ya no somos el segundo país más feliz del mundo. Así nos lo hizo saber hace poco más de un año una encuesta hecha en 55 naciones. Aunque siempre tuve reservas sobre su resultado por la sencilla razón de que fue hecha a fin de año, cuando siempre nos morimos de la dicha, (a veces, literalmente, como el día de la madre y otras fechas especiales).

En cambio creo más en este otro estudio de opinión en el que aparecemos en una discreta posición 43, superados incluso por Guatemala y El Salvador (sociedades a las que miramos por encima del hombro), mientras que nos respiran en la nuca las de Nicaragua y Argentina de hoy, sumergidas cada una de ellas en profundas crisis.
Antes de que los oportunistas del caso salgan a cosechar incautos, dándole a esta lectura algún sesgo político para su propio beneficio, hay que recordar que el estudio lo publica la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible para las Naciones Unidas. O sea, mucho más que una ocurrencia o una simple percepción es algo serio.

Porque responde a cosas concretas que no podían arrojar un resultado diferente a que en Finlandia, Dinamarca, Noruega, Islandia, Países Bajos, Suiza, Suecia, Nueva Zelanda y Canadá son los más felices, mientras que Haití, Botswana, Siria, Malawi, Yemen, Ruanda, Tanzania, Afganistán, República Centroafricana y Sudán del Sur están en el otro extremo.

El asunto es que la investigación no trata de dar con la felicidad como un sentimiento particular sino con las razones que hacen que los pueblos vivan mejor. Es decir, habla de políticas públicas que aterrizan el tema. Es ahí cuando la felicidad deja de ser un gol o un festivo y se convierte en algo más que una esperanza.

¿De qué está hecha esta felicidad general, según las conclusiones que se sacan de mirar la vida en esos diez países, entre los cuales no hay una sola de las grandes potencias?

De un Producto Interno Bruto que inspira confianza y representa equidad, de una esperanza de vida mayor, de una libertad que genera derechos y conlleva deberes, de una generosidad que incluye a los inmigrantes y no significa necesariamente asistencialismo…

Pero también de baja corrupción, de desarrollo sostenible, de educación con calidad que comienza con una básica de categoría y de un sistema de salud que funciona para casi todos. Además, de una conciencia general en torno a los costos de la desigualdad. Como no menos de un aire respirable, como parte de un medio ambiente que está en la agenda de gobernantes y ciudadanos.

De una comunidad que paga impuestos y sabe a dónde van a parar. De gobiernos (nacionales, regionales, locales...) que inspiran confianza. De pueblos, como lo dice el informe, capaces de superar los reveses, luego de saber lidiar con ellos. ¿Un ejemplo? La forma como reaccionó Nueva Zelanda frente al reciente atentado terrorista. Más con la cabeza, que con las tripas, sin el odio como norte.

Podemos seguir diciendo que somos un pueblo feliz. Como muestra de optimismo, o de hipocresía. O de las dos cosas a la vez. Aunque más bien deberíamos tomamos en serio eso de Aristóteles de que la felicidad depende de nosotros mismos. Es decir, está construída sobre hechos. ¿Lo tendrán claro los aspirantes que se postulan a las próximas elecciones? Digo, para que no vengan a vendernos carreta sino felicidad de esa, de la tangible.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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