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¿Importa el turismo?

A la hora de revisar las escasas propuestas de los candidatos, en esta campaña electoral tan afín a los denuestos y tan lejana a las ideas, el turismo apenas ocupa la trastienda.

13 de octubre de 2019 Por:

A la hora de revisar las escasas propuestas de los candidatos, en esta campaña electoral tan afín a los denuestos y tan lejana a las ideas, el turismo apenas ocupa la trastienda.

Dirán que ese es más un asunto de política nacional. O que estamos hablando de un sector de la economía que exige demasiados esfuerzos inmediatos de todo orden y el palo no está para cucharas. O que el turismo va a una velocidad y el interés por ello de los mandatarios locales va a otra.

Porque clientela sí hay. Cifras oficiales dicen que 2018 fue el mejor año de esa industria en toda la historia nacional. Por lo tanto, mucho es lo que deberíamos estar haciendo. Y es que, pese al estigma, Colombia alcanzó el año pasado una ocupación hotelera del 55,46 por ciento.

Dicho de otra manera, aquí cada vez llega más gente de todos lados, lo que debería despertarnos más que curiosidad. Sobre todo si son 4.276.146 los “visitantes no residentes” que llegaron en ese período, de los cuales 3.100.000 turistas a descubrir Bogotá, Cartagena, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga como principales destinos.

Y ahora que todo el mundo anda (desde el partido de Gobierno hasta la oposición) en procura de fórmulas para ponerle freno al galope del desempleo, no vale la pena preguntarse: ¿no será acaso que en esa franja cada vez más amplia de visitantes está la oportunidad para que miles de jóvenes encuentren su primer empleo y además velen por que ese turismo sea sostenible?

A quienes viajan con frecuencia a destinos que no son del primer mundo (Turquía, por ejemplo) les impresiona del tamaño del negocio y, sobre todo, la conciencia que del mismo tienen no solo los operadores sino la gente del común.

Y ese debería ser el gran reto: ¿cómo convertirnos en facilitadores de quienes vienen a visitarnos? Lo viví en carne propia la semana pasada. Fui con turistas nacionales a dos lugares del occidente del país. El uno, Filandia, ese municipio quindiano que ha ido acreditando una categoría gastronómica hecha a punta de calidad. No resultó ser cuento. De primera, la comida. Y de primera, el servicio.

La otra experiencia resultó muy diferente. Sucedió en un pueblo del que prefiero reservarme su nombre. Mientras trataba de enseñar a los invitados las maravillas de la suma de culturas del lugar, las miradas escrutadoras de los lugareños los llevó a dejar la visita en lo estrictamente necesario, tanto en tiempo como en consumo. Mis intentos por atribuir semejante recelo a tiempos idos en que el forastero llegaba con malas intenciones, no tuvieron eco.

En resumen, hay un fenómeno turístico. Lo que no puede ser es que, más allá de las políticas gubernamentales, para el colombiano raso el turista siga siendo solo paisaje. O, a veces, papaya pura. Y no lo que debería ser, el inspirador de una vocación que necesitamos, la de buenos anfitriones, con todas las ventajas que ello trae.

Dividendos que se contarían en billones y en mejor calidad de vida para muchos colombianos. Pero, ¿este asunto sí interesa lo suficiente a los actuales candidatos o pierde frente a lo que parece importar más: la andanada de ofensas personales y el más serás tú?

Sobrero:
¿Dónde encontrar las historias?, suelen preguntar los estudiantes de periodismo. En ‘El agua de abajo’ (el libro de Juan Leonel Giraldo), se encuentra buena parte de la respuesta. Las historias nacen y crecen en cada rincón de la cuadra, del barrio y del pueblo. En la memoria de los viejos y en la soledad de los ídolos caídos. En las aguas de los ríos y en los caminos polvorientos. En la inspiración que no cae de arriba sino que llega a punta de olfato, bastante de vista, mucho de oído y buenas dosis de tacto, como enseña Leonel, y le fluye, en su agua de abajo.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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