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El premio al Maestro

No me enteré del premio Simón Bolívar a la vida y obra...

2 de noviembre de 2015 Por: Víctor Diusabá Rojas

No me enteré del premio Simón Bolívar a la vida y obra de Germán Castro Caycedo por un trino del Maestro. Y tan pronto lo supe, en la versión en papel de un periódico bogotano en la mañana del pasado jueves, tuve la infundada sospecha de dar con las fotos de la ceremonia en la cuenta de Instagram del escritor. Nada. Peor me fue en Facebook. No tengo eso. Y quienes lo tienen, no lo prestan, menos para distraerse en asuntos tan banales como el reconocimiento a un tipo que se gana la vida dizque escribiendo vainas.En vista de que no tenía de otra, le envié el jueves un Whatsapp a las 8 y 16 minutos de la mañana: “No solo son su vida y su obra, es usted mismo y su coherencia los que deberían bastarnos y sobrarnos. Abrazo de este mal alumno”. Dos horas después no había señales de él, así que opté por llamarlo a su teléfono celular. ¡Milagro!, la llamada entró, lo que indudablemente certifica que este gobierno sí funciona, pero después de los cuatro timbres de ley apareció la fantasmal niña que da paso al correo de voz. Sabedor de que nadie escucha esos mensajes, pretendí dejarle uno: “Maestro, quería saludarlo y…”. Adivinen, sí, se cayó la llamada.Me pregunté entonces dónde estaría el ministro David Luna después del jalón de orejas (eufemismo de vaciada) del presidente Santos el otro día. No costaba imaginar que trepado en algún poste, de overol y casco, garantizándonos el servicio.Pero andábamos en mi querido maestro Germán y su extraña renuencia a dejarse dar el ¡enhorabuena torero! (sí, qué pena con ustedes, él y yo somos taurinos y así nos vamos a morir) o su sorprendente distanciamiento de todos estos fantásticos recursos tecnológicos que ahora no solo nos permiten estar conectados las 24 horas y figurar mucho (sobre todo para algunos) sino que además son la principal fuente del periodismo actual. O digámoslo como es: son el periodismo actual.Prosigo con lo que les venía contando: armado de valor (como en la torería) tomé mi celular y marqué el número de su casa a eso que llamamos fijo. Corría el riesgo evidente de que la llamada me costara más que de móvil a móvil, pero, qué carajo, no tenía otra alternativa. Una voz de trueno me acojonó del otro lado de la línea: “¿Quién habla?… ¡Diga quién habla”. Sin duda, era él. Seguía en Bogotá, a pesar de Petro y a diferencia de quienes, cobardes, hemos salido corriendo de esa ciudad por culpa de su majestad Don Gustavo I (advierto a la directora de este diario que en minutos conocerá de un trino de la cuenta distrital del susodicho burgomaestre en la que desmiente esta versión, pide rectificación y -¡raro!- se declara perseguido político).Sí, era Germán Castro Caycedo en cuerpo y alma, salido del más allá a donde se ha ido a vivir este oficio, con un premio, bastante tardío, que, le contaron luego, lo hizo trending topic. “Ala, Virto (Víctor, en el bajo mundo madrileño), ¿crees que eso sea muy importante?”.“No creo que tanto como el profundo análisis de Natalia Springer sobre el ELN”, le respondí, antes de colgar para que el Maestro nos pueda seguir contando, como lo ha hecho siempre, la otra vida de este país desde la fuente inagotable de la reportería, esa especie en extinción que menos mal sigue viva, aunque cada vez en menos manos. Por ejemplo, en las suyas, Hugo Mario Cárdenas, para denunciar en El País cómo se siguen robando este país (incluso el país cantinero), trabajo que también le mereció su Simón Bolívar por algo más, por mucho más, que 140 caracteres a los que nos han reducido esta pasión.

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