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El perdón, el personaje

El perdón es mi personaje del año. Más que el presidente Juan...

19 de diciembre de 2016 Por: Víctor Diusabá Rojas

El perdón es mi personaje del año. Más que el presidente Juan Manuel Santos, el proceso, el plebiscito o la polarización. El perdón, porque, quizás como nunca en la historia de este país, tantos colombianos decidieron apostarle a esa extraña sensación de pasar la página.No es poca cosa. Menos en una sociedad donde, primero, se aprende a caminar; luego, a escribir y leer “yo amo a mi mamá”; y casi enseguida a conjugar aquello de que “me las paga porque me las paga”, con las excepciones del caso. Es posible también que, con aires de triunfalismo, algunos digan todo lo contrario. Para ellos, en 2016, como jamás antes en la historia, un número tan alto de colombianos se había negado a perdonar, sobre todo, a quienes, dirán, no merecen ese gesto de magnanimidad. Consideración válida, en términos de libertad de opinión. Aunque no necesariamente aplicable a todos cuantos votaron por el No.Porque hubo entre ellos quienes sí eligieron perdonar pero no estuvieron de acuerdo con las formas, valga la redundancia, del acuerdo en sí. Es posible que tras los cambios de la segunda etapa del proceso en La Habana, algunos de ellos hayan visto satisfechas sus inquietudes.Lo cierto es que, al final, y volviendo al punto inicial, el perdón entró más que nunca en el lenguaje cotidiano. Claro está, sería mejor que entrase pronto en la cotidianidad. Es decir, en esos otros escenarios de nuestra dura realidad: la cuadra, el barrio, la cancha, el parque, la oficina, en fin, ahí donde los colombianos nos cocemos a diario hasta hacernos polvo.Hubo perdón entre las dos partes que oficialmente se hicieron la guerra durante largo medio siglo. Como testimonio, ahí está el acuerdo. Que, paréntesis, no tiene reversa. Hombre, más allá de que, seguro, su intento de desmonte será el caballo de batalla para las próximas elecciones de sectores de la oposición que tan estratégicamente han puesto el proceso sobre la mesa de debate para apalancar su verdadero objetivo: el premio gordo del poder nacional en las elecciones del 18. Y lo hubo, el perdón, de víctimas a victimarios. No sé si sea el más importante pero sí creo que es el más significativo. No de todas las víctimas, porque, me pregunto, ¿qué puede ser más íntimo que el perdón mismo? Ese es un derecho inalienable. Pero quienes sí aceptaron hacerlo (como los familiares de los diputados del Valle o los de la masacre de Bojayá) nos dieron la más grande de las lecciones. Ojalá que así lo hayan sentido quienes causaron tanto dolor.Perdonaron también sectores de las Fuerzas Militares. En reserva y en actividad. Quizás algunos mordiéndose la lengua y/o apretando los dientes. Pero de todas maneras, en especial los últimos, haciendo oídos sordos a las voces de quienes quisieron llevarlos a no perdonar y quién sabe si a proceder en un sentido que es mejor ni imaginar.Perdonó la guerrilla. Como tenía que ser. No porque se lo pidieron, sino porque el proceso significa eso mismo, perdón. En la guerra -por sí o por no, o por todo lo contrario- todos tenemos alguna cuota de culpabilidad, incluidos quienes no la hacemos, en la medida que la toleramos.¿Cuánto puede cambiar el país con esa nueva dosis de perdón? No lo sé. Es complejo medir eso. Pero digamos que en este año el perdón llegó para quedarse. Aunque apenas es la cuota inicial y, además, no le será fácil abrirse paso de aquí en adelante. Más aún en medio de la campaña electoral que ya arrancó. Ya verán cómo, igual y sin su permiso, se convertirá en manos de unos en herramienta para soslayar otras realidades inocultables. Y en manos de otros, en bandera de la vindicta. Unas y otras tan fáciles de vender a todos los rebaños en estos tiempos, como diría Sabina, de falsos profetas. Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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