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El Odebrecht de turno

¿Cuándo seremos capaces nosotros de movilizarnos por un tema que debería quitarnos el sueño, de la misma manera como a diario nos quita las esperanzas y las de las nuevas generaciones?

13 de febrero de 2017 Por: Víctor Diusabá Rojas

El escándalo por la presencia de dineros de Odebrecht en la política nacional (lo único cierto y claro, hasta el momento), debería servir para refrescar la memoria de este país amnésico. Pero como eso no es posible, ahí van unas reflexiones que quizás toquen algún rincón del alma nacional, en el supuesto caso de que todavía quede algo de ella.

Primero: quienes dicen que este es el mayor caso de corrupción en nuestra historia, faltan a la verdad. Tampoco es el menor, es uno de muchos que a lo mejor terminan en nada, o en medidas que tocan a dos o tres gatos (peces, si quieren), a los que les cae toda el agua sucia y algunas penas, mínimas. Bueno, a excepción que esta vez las autoridades nos demuestren lo contrario.

Dos: es apenas natural que se proscriba la financiación de campañas con dineros provenientes del exterior y que se persiga. Pero, a propósito, ¿cuáles, y de qué tamaño, son los compromisos que se contraen tras el aporte a las candidaturas de todo tipo por parte de privados nacionales? Esa forma de ‘respaldar’ la democracia es un regalo envenenado.

Tres, conclusión de lo anterior: la política hoy, como en el pasado, se hace con tres recursos: plata, plata y plata. Las posibilidades de llegar al poder de quienes no la tienen no es que sean limitadas, es que no existen.

¿Cuánto nos vamos a tardar en salir de esto? Averígüelo Vargas, porque tampoco es que nosotros nos hayamos inventado la fórmula. Ahí está el panorama de penetración que dejó Odebrecht en buena parte del continente. Y eso que todavía falta mucho por saberse. A eso súmenle que la plutocracia ha pasado de jet a nave espacial, sin que a muchos les importe.

Cuatro: llama la atención cómo una situación así se convierte, aquí y en todas partes, en un debate en el que lo más importante es el tristemente célebre “tú, más”. En otras palabras, el problema no es que te acusen, con claras evidencias, sino qué le han encontrado al otro. En ese orden, ¿qué altura política puede tener una suma de acusaciones y contra acusaciones? Ninguno. Aparte, de la clara intención de desviar las investigaciones.

Cinco: ¿qué papel juega la justicia en todo esto? El más discreto de todos, por ponerle un eufemismo. Para comenzar, cada vez más, aquí y en muchas partes del mundo, el poder judicial dejó a un lado su majestad para convertirse en un instrumento de los sectores políticos.
Más o menos, yo te elijo, tú me absuelves. O yo te absuelvo, y ya veremos luego a dónde me ayudas a saltar una vez acabe mi periodo.

En este mismo último sentido son cada vez más recurrentes quienes hacen de la justicia un espectáculo. Y no exactamente para salir en los titulares. Porque lo que buscan es salir robustecidos para cuando haya que echar mano de la puerta giratoria con la que se reciclan hasta volverse costumbre. Sépalo, maestro Darío Echandía, para eso es el poder en estos tiempos.

Así que me temo que esto ni va a partir en dos la historia nacional ni terminará saneando las costumbres políticas. A no ser que aquí, de un día para otro, nos dé por dejar de considerar que la corrupción es un problema que nos jode a todos pero que, oh paradoja, es como si no fuera con nosotros.

Como sí acaba de pasar en Corea del Sur o Rumania, solo por poner dos ejemplos, donde las grandes manifestaciones para decir ¡no más corrupción! movieron más que los cimientos de esas sociedades. ¿Cuándo seremos capaces nosotros de movilizarnos por un tema que debería quitarnos el sueño, de la misma manera como a diario nos quita las esperanzas y las de las nuevas generaciones?

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