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El ‘anti’

“Buenas tardes, amigos y amigas, estamos en esta tarde de agosto acá, en lo que fue la plaza de toros de Cañaveralejo. Los toros, adiós. En adelante: la cultura, la alegría, el encuentro ciudadano…”.

6 de septiembre de 2020 Por: Víctor Diusabá Rojas

“Buenas tardes, amigos y amigas, estamos en esta tarde de agosto acá, en lo que fue la plaza de toros de Cañaveralejo. Los toros, adiós. En adelante: la cultura, la alegría, el encuentro ciudadano…”.

Quien habla es el alcalde Jorge Iván Ospina. Su imagen en el video proyecta vehemencia. Aunque parece ser nada más un ensayo de acto oficial. No sería extraño. En esto de sus apariciones en público, él no deja pieza suelta. Sus puestas en escena suelen reunir tres condiciones. Una, reflectores y público selecto (el dispuesto para la ocasión). Dos, sus ya reconocidos dotes histriónicos. Y tres, la búsqueda de lo que más le importa, notoriedad.

En fin, un político más que apuesta a la vieja y redomada estrategia de actuar y, sobre todo, sobreactuar, para dar la sensación de supuesta gobernabilidad a punta de figuración. Funciona, siempre funciona, pero dura poco, muy poco; casi que se evapora al instante.

Ahora, por ejemplo en Cali, el asunto es convertir esto del antitaurinismo en una bandera de gobierno. El gran objetivo: ganar puntos en encuestas propias y ajenas, un mísero golpe de opinión. La verdad, y me disculparán sus asesores, una idea poco brillante, facilismo puro. Llegan tarde ellos, y el Alcalde, a pretender convertir la fiesta de los toros en un recurso para obtener favorabilidad.

Ya lo había hecho Gustavo Petro en Bogotá (a la larga, con poco éxito). Y antes, António de Oliveira Salazar en Portugal y Fulgencio Batista (y su mujer) en Cuba. Pocos recuerdan hoy que ellos la emprendieron entonces contra una tradición. En cambio, su memoria yace en el mausoleo de los sátrapas.

Lo que me pregunto es si Jorge Iván Ospina es, de verdad, antitaurino.
Porque hace una década, cuando entregaba trofeos a los toreros en actos también de reflectores y con áulicos a bordo, parecía taurino.
“Dejé de serlo, sólo los imbéciles no cambian”, podrían recomendarle como argumento sus estrategas de cabecera.

Me atrevo a decir que Ospina no era taurino entonces. Y hoy tampoco es antitaurino. Al final, los toros le importan poco. Más bien, nada. Todo esto es simple conveniencia. La misma que le sirvió en esos tiempos para mirar a la cámara, sonreír y cosechar lo que entonces podía en el seno de la fiesta de los toros. Y la misma conveniencia que ahora le aconseja pasarse a la acera contraria en el preciso momento en que hay tantas cosas importantes por resolver en la ciudad. Esas mismas (entre muchas: desempleo, inseguridad y el manejo mismo de lo que nos queda de pandemia, que no es poco) a las que no les puede hacer el quite (se da cuenta Alcalde, cómo terminamos hablando de toros).

Aquí hay dos opciones, Ospina. O elige usted el respeto por la Constitución que, como bien sabe, cuida de los derechos de las minorías. O se va por el sinuoso y retorcido camino de la arbitrariedad. Quizás su equipo jurídico (ojalá más brillante que el de imagen) le advierta que este tipo de actos irresponsables terminan muchas veces haciendo huecos inmensos en el erario, fruto de acciones legales que tienen todo para prosperar. Plata que casi siempre pagamos nosotros, los contribuyentes, y más bien poca los autores de yerros edificados sobre la demagogia, el populismo y el oportunismo.

Vamos a volver a Cañaveralejo. Nosotros, los taurinos, a lo nuestro. Y, además, a todas las demás expresiones artísticas y culturales que allí se programen, porque esa es nuestra sensibilidad. Le recuerdo, Alcalde: la Plaza de Toros no es suya. O mejor, le pertenece tanto a usted como a cada ciudadano y a cada visitante que aquí llega. Incluso, a quienes no coinciden con lo que piensa o considera. Ese fue el legado de los Quijotes y Sanchos que la levantaron hace casi 65 años, con tesón, valentía y capital propio. Una memoria que, aparte, merece respeto.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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