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Educación y política

Yo, quizás como muchos, nunca he querido para mis hijos que alguien les diga cómo pensar o en qué creer. Prefiero que ellos lleguen a sus propias conclusiones, fruto de la libertad de pensamiento.

24 de febrero de 2019 Por: Víctor Diusabá Rojas

El interés del representante a la cámara Edward Rodríguez por evitar “que profesores politicen a niños, niñas y adolescentes en los colegios” en nuestro país, me hizo recordar viejos tiempos e imágenes en dos momentos de la historia de la humanidad.

Uno, en tiempos del franquismo. Son documentales y fotografías en las aulas de clase, donde son comunes tres elementos. Uno, la foto de Francisco Franco vigilando el salón, puesta a la misma altura del crucifijo.
Dos, la actitud a todas luces rígida del maestro o maestra. Y tres, el “¡arriba España!” de los alumnos, tan adoctrinados como coaccionados, con ese brazo extendido y amenazante, tan común allí y en los vecindarios alemán e italiano de entonces.

El otro es más cercano y fruto de una experiencia en campo. Sucedió en Cuba, en 1993, en plena crisis de los balseros, a donde fui a parar como enviado especial de este diario para su cubrimiento.

Con algún permiso oficial que tenía doble intención (del régimen y mía, aunque con diferentes fines) me senté en La Habana en una clase de la escuela ‘Hermanas Giralt’ (Lourdes y Cristina, asesinadas por esbirros de Fulgencio Batista).

Allí no había crucifijo, por supuesto. Pero sí -tal cual el generalísimo Francisco Franco en el otro lado-, las imágenes de Fidel Castro y Ernesto ‘Che’ Guevara presidían el curso, junto a la bandera nacional y al infaltable ‘Patria o muerte’.

Me senté en la última banca. Era el primer día de clases del año y la tarea inicial fue borrar de los cuadernos lo que los alumnos del año anterior había escrito allí, en lápiz. Una muestra de las alcances del bloqueo económico que así querían hacerme ver y que, en efecto, sucedía y sucede.

Luego vino la clase. Para resumir, un dictado sobre la lucha de clases y el combate al imperialismo, a lo que ellos, pioneros de la revolución, respondieron con consignas a las arengas de la profesora. Todo un mitin.
Como ven, una vez más los extremos se tocan.

Imagino entonces que de eso habla el representante. De evitar que los modelos de educación se estaticen o se presten para radicalismos, sean de la orilla que sean. Yo, quizás como muchos, nunca he querido para mis hijos que alguien les diga cómo pensar o en qué creer. Prefiero que ellos lleguen a sus propias conclusiones, fruto de la libertad de pensamiento. Esa que, por fortuna, se alimenta de la escuela y del hogar, y de infinitos espacios y formas.

Y coincido además con el profesor Julián De Zubiría -quien de educación sí que sabe- en que es mejor que la política entre a las aulas, antes que sacarla a patadas. Dice él en Semana.com que por tener los jóvenes baja educación política resultan ser “presa fácil de la manipulación política por parte de los sectores extremistas” Y agrega: “Lo que necesitamos es lo contrario a lo que cree el representante (Rodríguez): hay que fortalecer la educación política para consolidar la autonomía, la libertad y la democracia”.

En ese sentido, cita nada menos que a don Agustín Nieto Caballero (a quien ojalá la cita póstuma no lo ponga a militar en los extremos por cuenta de los oportunistas de profesión): “vamos a la escuela a formar mejores ciudadanos y no a instruirnos”. Hoy, apunta De Zubiría, “su tesis sigue vigente”.

¿Por qué no mejor entonces mirar otras opciones? Como esa de la Comunidad de Madrid, que la semana pasada agregó al pénsum de la educación básica tres nuevas asignaturas: ‘Convivencia’ (una); Convivencia, respeto y tolerancia (dos); y Creatividad y emprendimiento (tres). ¿No es acaso eso lo que realmente necesitamos en estos tiempos de odios y de escasez de propuestas de futuro? Porque si algo requiere con urgencia esta sociedad es dialogar, no callar.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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